Por Ángela Belén Roldán enero 16, 2024

Tenía sed. Estaba desnutrido. Jeremías, perrito caniche, deambulaba por las playas de Pachacútec. Una herida atravesaba su cuello, infectada con gusanos y pus. Apenas tenía fuerzas para seguir viviendo. La rescatista Fabiola Valverde lo vio y no dudó en ayudarlo, a pesar de la situación difícil del albergue de perros en que trabajaba. Lo curó, le dio comida, le dio cariño. Le salvó la vida. Jeremías vive hoy en Miraflores con una familia que lo ama.

No todos los perros abandonados tienen la misma suerte que Jeremías.

En su mayoría, se encuentran solos y enfrentándose a la ignorancia, rechazo y maltrato de los humanos.

En el Perú no existe un registro oficial sobre perros y gatos abandonados. No obstante, según la organización Voz Animal, se calcula que hay alrededor de 6 millones de perros abandonados, de los cuales 4 millones están en Lima.

“Ha crecido la cantidad de animales callejeros. Ves animales abandonados por todos lados y en las peores condiciones. Donde resido, ves animales en la cuadra, en la esquina”, dice Cielo Paredes, rescatista desde hace doce años. “Es un problema social porque ya no se sabe realmente qué hacer, la sociedad misma es causante de esto”.

Según un artículo publicado en la Revista de Investigaciones Veterinarias del Perú, los perros abandonados representan un riesgo para la sociedad por las siguientes razones: reproducción del animal no controlada (79.3%), contaminación ambiental (48.3%), accidente por mordedura (37.9%), transmisión de enfermedades (34.5%) y contaminación sonora (20.7%).

De hecho, los perros callejeros incrementan la probabilidad de generar un contagio a nivel epidémico entre los demás callejeros y las mascotas de la zona. De la misma manera, se puede contagiar a los humanos a través de mordeduras, excremento y saliva de los animales, indica Manuel Sandoval, especialista de la clínica veterinaria San Marcos.

Hay personas que aman a los animales y que, con sus propios recursos y la colaboración de otras personas, fundan albergues para cobijar perros callejeros. Estos espacios son un hogar temporal, pero muchas veces terminan siendo para toda la vida. Aunque esta labor se realiza con dedicación y sacrificio, solo abarca a un puñado de los casi 4 millones de perros callejeros de la capital. Se calcula que hay 80 albergues independientes.

“Tratamos de ayudar a los que podemos. Da mucha pena la situación de los perritos. Pareciera que este problema nunca acaba, siempre hay un caso nuevo. Cuantos más albergues nacen, más maltrato nace. Por eso, tratamos de estar ahí y no rendirnos”, dice Steffanny Delgado, fundadora del albergue Súper patas y colas.

Un caso que marcó a Steffany es el de Mía, una perrita cruzada con pitbull que vivía en una terraza, en Puente Piedra. Como era alimentada por cuyes y gallinas vivas, se acostumbró a cazar. Vivía rodeada de sangre y esto atraía a las moscas, condición que alertó a los vecinos y los obligó a llamar a la policía. La dueña decidió soltar a Mía. Como creció cazando, Mía se metía a las casas de los vecinos y robaba gallinas, cuyes e incluso gatos.

Steffanny, que por entonces tenía el albergue en ese distrito, supo que los vecinos envenenarían a Mía si no se la llevaba. Sin pensarlo, Steffanny subió a una moto junto a su esposo y se la llevaron. En el camino, se dio cuenta de que Mía era muy cariñosa. Con el tiempo, se volvió muy obediente y una perrita a la que cuidó durante cuatro años, hasta hace cinco meses que debió ser dormida por problemas de salud.

Así como existen personas de gran corazón, también hay personas que solo aparentan. Según Ileana Maturrano, rescatista desde los 16 años, los encargados de un albergue que ella conocía lucraban y vivían con el dinero de las donaciones. Esta experiencia fue determinante para que ella, junto a Edith Ochoa, fundaran el albergue Escuadrón 4 patas que hoy dirige.

En Escuadrón 4 patas residen 65 perritos distribuidos en dos locales ubicados en San Martín de Porres. Maturrano precisa que los perritos han sido rescatados de diferentes distritos y en diferentes condiciones. Algunos fueron lanzados de autos, atropellados y dejados a su suerte, abandonados desde cachorros, o incluso retirados por mala tenencia.

Edith afirma que incluso han arrojado perritos cerca al albergue para morir. Tal es el caso de una perrita pequeña que fue encontrada al lado del local, recostada sobre la pared. Cuando la llevaron al veterinario, les dijo que tenía todos sus órganos colapsados. “Lo más humano que pudimos hacer por ella fue dormirla”.

 

En un punto crítico

Los albergues operan al límite de sus capacidades y carecen de apoyo significativo. La abrumadora cantidad de perros callejeros supera la capacidad de estos refugios que, a menudo, dependen de recursos limitados y esfuerzos voluntarios. “Los albergues están a tope y abarrotados de perritos”, menciona Fabiola Valverde.

Hace casi un año que el Escuadrón 4 patas ya no recibe más perritos. Ileana explica que se debe al aforo, pues no se trata de aglomerar a los perros.  Se debe priorizar la calidad de vida de los animales.

Steffanny cuenta que dejaron de recibir perritos en Súper patas y colas desde hace medio año porque deben priorizar la salud de los animales que ya residen ahí. La mayoría son perritos y gatitos mayores, de los cuales algunos se encuentran enfermos y requieren de cuidados y tratamientos especiales.

Los rescatistas son un elemento clave en esta dinámica. A pesar de la falta de instalaciones propias para acoger a los animales abandonados, asumen la responsabilidad de cuidar de ellos, costean los gastos necesarios para su bienestar y buscan hogares temporales mientras les encuentran un nuevo hogar permanente. A Cielo Paredes, rescatista en Pachacútec, la motiva ver la conexión que hace con un animal al ser rescatado. “Ver sus caritas me de plenitud. Me restablece”.

Rosa María Bocangel, por ejemplo, es rescatista en Jesús María. De la mano con la municipalidad se ha encargado de ubicar a distintos perros con sus respectivas casitas a lo largo del distrito. Ella se encarga de rescatarlos, ubicarlos, esterilizarlos y buscarles un hogar. Además, tiene algunos perritos ubicados en temporales que ella misma costea.

“Me inicié en el distrito de Puente Piedra y me conocían como la ‘loca de los perros’”, cuenta Cielo Paredes. Ella aplica la estrategia CES (captura, esteriliza y suelta). Su labor consiste en ayudar a los perritos y se encarga de cuidarlos durante el proceso de recuperación.

Lo cierto es que los rescatistas y voluntarios enfrentan grandes desafíos emocionales. Son personas que entablan una conexión intensa y genuina con animales en situaciones vulnerables. Su labor está marcada por encuentros con historias desgarradoras de abandono y maltrato. A pesar de ello, su motivación radica en la empatía y la firme determinación de ofrecer una vida mejor a estos seres.

Mitzi Cdyer, rescatista desde hace 8 años en Surquillo, no tenía en mente ser quien es ahora, pero una vez que conoció la realidad de los animales, no hubo marcha atrás. La crueldad que ha conocido la afectaron emocionalmente. “Los rescatistas somos personas que estamos quebrados emocionalmente”, sentencia Mitzi.

Tener un albergue no estaba en los planes de Edith Ochoa. Cuando le pregunté por qué lo hace, respondió entre risas: “Por tonta”.

En el fondo, ella sabe que no es por tonta.

Nosotros también lo sabemos.

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Sobre Ángela Belén Roldán

Estudiante de la carrera de Comunicación y Publicidad. Tengo interés por la producción audiovisual y redacción publicitaria. Me gusta viajar, tomar fotografías, escuchar música de distintos géneros y participar en voluntariados, especialmente, en albergues para perros.

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