Por Samantha Katheryn Ascona La Rosa junio 06, 2022

Era una tarde de verano. Siete amigas organizaron un picnic en el Parque de la Pera del Amor pensando que sería la mejor manera de disfrutar el resto de su día. Escogieron el mejor lugar que encontraron, acomodaron su amplia manta y ordenaron todos los bocaditos y bebidas. Poco tiempo después de instalarse, su amena conversación llena de risas y bromas se vio interrumpida por un hombre alto, delgado, de tez trigueña y cabello oscuro, al cual no conocían. – Hey chicas, ¿Qué tal? ¿Cómo están? ¿De dónde vienen? Es la primera vez que las veo por acá – exclamó amigablemente

Desconcertadas pensaron que era un vecino de la zona y sin ver nada malo de por medio, trataron de responder amigablemente. Poco a poco la actitud del sujeto empezó a cambiar.

– Que grupo tan diverso, qué bueno que son amigas, pero ¿Por qué son amigas? ¿Desde cuándo son amigas? ¿Dónde se conocieron? – empezó a cuestionar intensamente.

Las chicas solo se miraban las caras, se hacían muecas y señales para que entre ellas notaran su nerviosismo y su miedo, por lo que una de ellas decide intervenir – Disculpe ¿Hay algún problema? ¿Estamos haciendo mucho ruido o algo? O quizá, ¿quiere que nos retiremos? – El desconocido ignora lo dicho y se empecinó con sus preguntas.

Fue tanta la incomodidad y el miedo que causó en las amigas que empezaron a pedirle que por favor se retire, pero él se negaba y continuaba insistentemente. Después de varios intentos, por fin decide retirarse.

Ellas decidieron hablar con algún efectivo del serenazgo, contarle lo sucedido y continuar con el picnic, sin embargo, a pesar de que el sereno se mantuviera vigilando su ubicación no se sentían tranquilas, por lo que decidieron retirarse. Cada una tenía que seguir un camino distinto, por ello, compartieron sus ubicaciones entre sí, informando cada cierto tiempo en donde estaban, pues tenían miedo de que el sujeto en cuestión, las siguiera. Felizmente todas llegaron sanas y salvas a casa, pero desde lo sucedido no han vuelto a hacer un picnic en ese mismo lugar.

Según el portal PlanInternacional: 9 de cada 10 mujeres son acosadas en Lima Metropolitana, y 7 de 10 mujeres a nivel Nacional según El Instituto de Opinión Pública (IOP) de la PUCP, siendo este un problema con el cual deben vivir las mujeres, adolescentes y niñas peruanas desde los 10 años.  ¿Cómo se le explica a una niña que tiene que convivir con silbidos y comentarios obscenos?, ¿cómo se le explica que debe defenderse para poner límites e imponer respeto?, pero que también debe tener cuidado con la reacción del agresor, ya que, en vez de calmarse, puede tonarse agresivo o violento, ¿cómo le explicas a una niña que si alguien la intenta secuestrar debe de gritar, morder, arañar, patear, golpear y luchar todo lo que pueda porque de eso depende su vida?, y ¿cómo le explicas que eso va a tener que recordar y aplicar hasta su último día de vida?. Y es que, a pesar de lo que muchos pueden afirmar, el acoso y la violencia sistemática hacia la mujer no desaparece.

Andrea Pardo, parte del equipo de comunicación de la ONG Manuela Ramos, refiere que en 2021 hubo 147 feminicidios y 5000 mujeres, adolescentes y niñas desaparecidas, por otro lado, según la defensoría del Pueblo, tan solo en enero del presente año, hubo 18 feminicidios y 519 desapariciones.

Uno de los últimos feminicidios registrados es el caso de Evelyn, una madre de familia de cuatro niños que murió 17 días después de que su pareja la atacara con thinner y fuego causándole quemaduras de II y III grado en el 80% del cuerpo, el reciente 12 de abril, sin embargo, la noticia no llegó a trascender más allá de unos cuantos posts en redes sociales.

Hablando con la psicóloga María Baldeón concluimos que la forma en la que se brindan las noticias, en este tipo de situaciones, generalmente no suma, debido al constante bombardeo de este con noticias sobre feminicidio, que, a largo plazo, causa una desensibilización en la población, pues, llevando a la sociedad a sumergirse en el “bueno, uno más”, “es normal”, “así sucede”.

Y aunque suene cruda, es la forma más verídica y directa de demostrar la falta de impacto que se tienen este tipo de noticias en la sociedad.    Para que las personas recién reaccionen y empiecen a pedir justicia tiene que haber un caso demasiado grave, fuerte, tétrico y morboso. Un ejemplo de ello fueron las desgarradoras imágenes del caso de Damaris de 3 años en Chiclayo, quien fue secuestrada, torturada y violada por Juan Antonio Enríque de 48 años. Lo que causó que una gran cantidad de la población se levante y proteste, llegando incluso a incendiar la casa del agresor, provocando que en redes y noticias solo se hable del tema llegando hasta la prensa extranjera. Aunque este caso se dio hace menos de dos meses, a pesar de las protestas y odio colectivo, al pasar un tiempo, de nuevo se quedó en el olvido.

Baldeón menciona que esto se debe a que mayoría de personas, sobre todo en Latinoamérica, somos muy emocionales, actuamos básicamente en los temas emocionales, y las emocion duran un tiempo corto. Si bien, es cierto, ayuda a visualizar en el momento, al ser algo momentáneo se volatiliza y aparece otro suceso que genera otra emoción, entonces, una reemplaza a la otra, y no se vuelve en una acción a visualizar, como un objetivo a lograr. Actuamos con el cerebro reptiliano, más no hacemos un uso racional de aquella información, pues si lo hiciéramos, empezaríamos a pensar en soluciones y no solo actuar a base de emociones, cosa que nos falta desarrollar demasiado.

Martin Seligman realiza un experimento que demuestra su teoría indefensiva, donde se coloca a un perro a diversas descargas eléctricas aleatoriamente de las cuales no podía escapar, el cachorro se inmuta y piensa que no puede hacer nada sin recibir alguna, hasta que es liberado, pero el animal ya no tiene el impulso de darse cuenta de que es libre, que nadie lo va a lastimar, aprendió del miedo y vive con el. Ese es el punto en el que viven muchas mujeres que crecen en un ambiente violento y normalizado, donde ya no hablan, ya no actúan, ya no hacen nada por vivir de verdad y están prisioneras sin estar encerradas. ¿Cuántas más deben llegar a ese punto? ¿Cuántas más deben ser golpeadas, asesinadas, raptadas para que se busque una justicia completa? Vivimos en una sociedad machista, carente y morbosa, cuando reconoceremos que eso en vez de hacernos mejoras, nos pone un alto como sociedad.

Es ahí donde nos damos cuenta que esta problemática alcanzó su cúspide. La normalización social de estos casos provoca que muchas veces culpamos a la victima y no al victimario. Al presenciar un acto de acoso, un caso de violación o un feminicidio no es raro escuchar o leer comentarios como “quien la manda a caminar sola tan tarde”, “ella se lo busco por vestirse así”, insinuando que la culpa es de la víctima y que el agresor solo es una pobre víctima de sus impulsos. Tanto hombres como mujeres somos contribuyentes en este tipo de acciones, heredándolas de generación en generación, actitudes que nos enseñaron y replicamos, pero, podemos hacer algo para cambiar. Aunque suene un poco cliché, el cambio está en uno mismo. Depende de cada persona darse cuenta del gran problema social en el cual estamos inmersos y buscar hacer algo al respecto deconstruyéndose, mejorando y enseñando a los demás que pueden mejorar y así no continuar replicando actitudes de odio.

Autores
Sobre Samantha Katheryn Ascona La Rosa

Estudiante de quinto ciclo de la carrera de Comunicación y Publicidad en la Universidad Científica del Sur. Interesada en las ramas periodísticas y audiovisuales de la comunicación.

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