“Prometeo robó el fuego de los dioses y se lo dio al hombre. Por esto, fue encadenado a una roca y torturado para toda la eternidad”. Con esta frase empieza Oppenheimer (2023), la más reciente película del director Christopher Nolan.
La película presenta dos líneas temporales que se entrelazan. Por un lado, el ascenso del héroe: la vida del físico estadounidense Robert Oppenheimer y su rol estelar en el Proyecto Manhattan, el cual desarrolló la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Por otro, la caída: el proceso de descrédito que enfrentó debido a una supuesta traición a los Estados Unidos.
Nolan se basó en el libro Prometeo Americano, de Kai Bird, para realizar la película, de modo que la conexión entre la vida del científico y el personaje griego no es antojo suyo. Oppenheimer, desde la visión del director británico, es una historia sobre cómo un personaje complejo, pero bientencionado, fue contra las reglas para salvar a la humanidad sin pensar en las consecuencias. El doble filo del progreso tecnológico.
Según la mitología, Prometeo luchó al lado de los dioses olímpicos contra los titanes. Fue recompensado por Zeus tras la victoria y le permitió crear la humanidad. Sin embargo, el dios del rayo prohibió el uso del fuego en la Tierra. Prometeo, defensor de su creación, robó el fuego para entregarlo a los seres humanos e impulsar su desarrollo. Un enfurecido Zeus condenó a Prometeo a vivir encadenado a una roca y ser devorado por un buitre todos los días. El paralelo con Oppenheimer resulta obvio.
Creación, destrucción
«Ahora me convierto en la muerte, el destructor de mundos», fue la referencia al Bhagavad-gītā que recordó Oppenheimer tras presenciar la exitosa prueba de la primera bomba atómica el 16 de julio de 1945. Prometeo y Oppenheimer entregaron un gran poder a la humanidad, pero también la capacidad de autodestruirse. Prometeo y Oppenheimer, héroes trágicos, entregaron un gran poder a la humanidad, pero también la capacidad de autodestruirse.
Nolan afirmó que Oppenheimer creó el mundo en el que en hoy en día vivimos, pues, para bien o para mal, no volvió a ser el mismo desde la destrucción de Hiroshima y Nagasaki y, sobre todo, tras la posterior Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante medio siglo. Un mundo en vilo por la tensión nuclear.
“El mundo estaría mejor sin la amenaza de las armas nucleares”, respondió Nolan cuando le preguntaron si el mundo estaría mejor sin la bomba atómica.
Los científicos sabían que la capacidad destructiva de la energía nuclear tendría una escala nunca antes vista. Entonces, la justificación estadounidense para impulsar el Proyecto Manhattan fue adelantarse a los nazis, quienes tenían científicos y recursos para desarrollar su propia bomba atómica. ¿Se imaginan a Hitler con ese poder?
La pregunta es si fue necesario lanzar la bomba. “La guerra se hubiera terminado en dos semanas sin que los rusos se involucraran y sin la bomba atómica. La bomba atómica no tuvo nada que ver con el final de la guerra en absoluto”, declaró el general Curtis Lemay en una conferencia de 1945.
Oppenheimer era cuidadoso a la hora de dar declaraciones, por lo que no queda claro si apoyó el lanzamiento de la bomba por una cuestión de ego o para satisfacer su curiosidad científica. Lo innegable: Estados Unidos obtuvo el arma más poderosa de la historia gracias a él.
La tecnología es peligrosa
Para el filósofo Martin Heidegger, la amenaza tecnológica consiste en una forma de pensar que domina la existencia, una en la que nos enfocamos en la eficiencia y el control sobre la naturaleza, de modo que corremos el riesgo de perder nuestra auténtica esencia como humanos y caer en lo que él concibe como alienación. La primera bomba atómica nos puso en una situación máxima de miedo: sentir que estamos al borde de la aniquilación.
Un estudio reveló que uno de cada tres jóvenes teme al futuro. Hay razones para temer, sin duda, ya que los seres humanos no hemos aprendido las lecciones de los conflictos del siglo XX. Prueba de ello es que seguimos desarrollando tecnologías sin pensar cómo nos afectarán.
Este sentimiento fatalista no es nuevo. En 1962, un periodista francés preguntó a Oppenheimer si creía que la humanidad estaba cavando su propia tumba mediante el desarrollo tecnológico.
“Es posible. No soy optimista, pero mantengo la esperanza”, respondió.
Sobre Juan Díaz
Estudiante de la carrera de comunicación y publicidad de la Universidad Científica del Sur. Me apasionan demasiado el cine, los superhéroes y la filosofía. Mi orientación siempre ha sido el periodismo, especialmente la rama cultural.