Fabiana Solórzano Por Fabiana Solórzano abril 21, 2025

A los 14 años viví una experiencia que cambió mi forma de ver el mundo. Había comenzado a ir en bus al colegio y una mañana, cansada, me quedé dormida con mi mochila sobre las piernas. Sentí que alguien tocaba mi cuerpo de una manera que no podía ser accidental. El miedo me paralizó, no podía abrir los ojos, no sabía qué hacer. Finalmente, con un leve movimiento, logré que esa mano se apartara.

Me bajé del bus, confundida y rota. Al llegar al colegio, corrí al salón para dejar mi mochila e inmediatamente fui al baño, cerré la puerta y rompí en llanto. Vomité varias veces, me sentía sucia, culpable y avergonzada, como si el hecho de haberme quedado dormida justificara lo que ocurrió. Poco después, mi mejor amiga llegó buscándome. Al verla, intenté ocultar mi dolor, pero fue inútil. Entre lágrimas y con la voz entrecortada le conté brevemente lo que había sucedido. Ella me abrazó, diciendo que no era mi culpa, pero en ese momento, ninguna palabra podía aliviarme.

Regresé al salón, pero mi mente estaba en otro lugar. Minutos después, volví a correr al baño. Esta vez, mi profesora me siguió y preocupada, me preguntó qué sucedía. No era capaz de decirle la verdad, solo mencioné que tenía un fuerte dolor de estómago, me sugirió ir al tópico, donde contactaron a mi abuelo para que vaya a recogerme.

Esa noche, encerrada en casa, lloré hasta quedarme sin lágrimas. Al día siguiente, solo pensaba en fingir estar enferma para no ir a clases. Me aterraba la idea de volver a subirme a un bus, pero también me horrorizaba que alguien descubriera lo que había pasado.

Pasaron meses de miedo y silencio. Temía que me juzgaran, que me reclamaran por no haber reaccionado. Yo misma me culpaba por quedarme en shock, por no haber enfrentado a mi agresor. Sin embargo, con el tiempo, entendí que mi reacción fue completamente normal. Era una adolescente enfrentando algo que nunca debió haber sucedido.

Si comparto mi historia es porque soy consciente de que no soy la única. Es doloroso admitirlo, pero cada vez más mujeres en el Perú son víctimas de acoso sexual. Este problema, que debería indignar a toda la sociedad, es una realidad que enfrentamos día a día en las calles.

Lo que más me llena de impotencia es la normalización de estas conductas y el silencio cómplice de quienes las presencian. Es inaceptable que nuestra seguridad dependa de cambiar nuestra ropa, nuestra ruta o incluso nuestra manera de comportarnos. El acoso no es un hecho insignificante, es una agresión directa a nuestra integridad y como sociedad no podemos seguir ignorándolo.

Mi amiga, Alessia, como muchas otras mujeres, vive con la constante preocupación de ser acosada. A menudo, se siente incómoda al subir a un bus, ya que hay hombres que se colocan detrás de ella y comienzan a rozarla de manera intencionada. Esta es una experiencia común que muchas mujeres enfrentamos al subir a un micro. Aunque Alessia intenta no dejarse llevar por el miedo o la vergüenza, siempre está presente el temor de cómo podría reaccionar el agresor al enfrentarlo, lo que la deja en una posición vulnerable.

En el Perú, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) ha reportado que, hasta la actualidad, se atienden casos de acoso sexual en espacios públicos a través de 433 Centros de Emergencia Mujer (CEM) distribuidos en todo el país. Estas cifras reflejan una urgencia por atender una problemática que afecta principalmente a mujeres y niñas, quienes son las principales víctimas de esta forma de violencia. El acoso sexual no es solo una agresión física o verbal, sino un ataque a la dignidad que deja secuelas emocionales y psicológicas.

El impacto de estas agresiones va más allá de los números. Las mujeres que somos víctimas de acoso sexual enfrentamos un proceso largo y complejo para sanar. Según expertos en salud mental, este tipo de trauma genera secuelas como ansiedad, depresión y dificultades para confiar en los demás. La terapia psicológica, en particular la terapia cognitivo-conductual y Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares (EMDR), juega un papel crucial en este proceso, ya que ayuda a las víctimas a manejar los recuerdos traumáticos y a reestructurar pensamientos negativos.

Como se menciona en el artículo El Impacto del Abuso Sexual: comprender y sanar, “el abuso sexual es una experiencia devastadora que deja profundas cicatrices emocionales, físicas y psicológicas en las víctimas”. La terapia no solo permite procesar el trauma, sino también desarrollar herramientas para manejar emociones difíciles.

Como respuesta a esta problemática, el distrito de Santa Rosa ha tomado una medida ejemplar con la Ordenanza N° 571/MDSR, que prohíbe y sanciona este tipo de agresiones en espacios públicos. Esta ordenanza busca proteger a las personas que transitan por la vía pública, especialmente a las mujeres, estableciendo sanciones claras para quienes incurran en conductas de acoso. ¿Será suficiente?

Tags:
Autores
Fabiana Solórzano
Sobre Fabiana Solórzano

Soy estudiante de Comunicación y Publicidad, una carrera que me apasiona porque me permite conectar con las personas, contar historias que inspiran y generar un impacto positivo en la sociedad. Me encanta explorar la creatividad y entender cómo los mensajes pueden crear vínculos entre las marcas y las personas.

Deja tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *