
Salir a la calle debería ser una actividad que no nos haga pensar si nos van a decir algo raro o nos mirarán de una manera incómoda. Una actividad simple, cotidiana, segura. Sin embargo, para las mujeres peruanas, salir significa lidiar con comentarios incómodos y miradas que no pedimos.
Imagina que estás en tu casa, tu lugar seguro, y de repente, alguien entra sin avisar, empieza a revisar tus cosas y agarra lo que quiere. Te incomodaría, ¿verdad? O incluso se lleva algo tuyo. No importa que no lo hayas invitado ni que no quieras que toquen nada. Actúa como si tuviera derecho sobre lo que es tuyo, como si tu espacio no valiera nada.
Lo mismo ocurre cuando salimos a la calle y nos encontramos con comentarios que no pedimos. Es como si nuestra presencia fuera una excusa para que nos traten como objetos.
Recuerdo que cada vez que pasaba por la calle y veía a un grupo de constructores o pasaban los mototaxistas, me silbaban o me decían «te llevo, guapa» o «te ves muy bonita». Eso era incómodo, me sentía invadida. Al principio, pensé que tal vez era mi ropa, que estaba un poco descubierta, pero, en realidad, solo llevaba un jean holgado y un polo normal.
Al día siguiente, decidí salir con pijama de manga larga y pantalón ancho, y los comentarios fueron los mismos. Tenía 14 años y esa experiencia me marcó mucho.
Esos comentarios me afectaron tanto que pensaba que si me vestía “más tapada” sería mejor. Pensaba que estaba siendo demasiado “exhibicionista”, cuando solo llevaba ropa normal, es decir, ni tan ajustada o provocativa.
“A mí también me acosaron”, estudio realizado por la organización Paremos el Acoso Callejero y la ONG Plan International Perú, revela que los piropos (48,18%), las miradas lascivas (12,5%) y los tocamientos indebidos (11,36%) fueron las formas de acoso sexual callejero más mencionadas en los testimonios de 440 mujeres de 14 a 24 años de Lima y Callao, entre setiembre de 2020 y enero de 2021.
¿Cómo es posible que sigamos ignorando esto? Lo peor es ver cómo se justifica el acoso. Me dicen que no debería vestirme de tal o cual manera, o que, si no quiero que me digan algo, simplemente «debería cuidar cómo me visto».
Cuando me reuní con mis amigas y les conté lo que me había pasado, me di cuenta de que no estaba sola. Todas tenían algo parecido que compartir.
Eva: “Tuve que cambiar de ruta para evitar a un grupo de chicos que, al pasar, me decían ‘estás rica’ y ‘esas curvas’, sentí miedo”
Verónica: «Cuando camino por la vereda, los taxis pasan a mi lado y me dicen ‘te llevo’ insistentemente. Es muy incómodo».
Andrea: «Mientras esperaba el bus, un hombre se me acercó demasiado y me susurró al oído: ‘¿Estás sola? Qué suerte la mía.’ Fue aterrador».
Fernanda: «Haciendo fila para comprar pan, un desconocido detrás de mí me susurró: ‘Con ese cuerpo deberías ser modelo’. Me sentí completamente vulnerada.»
La ropa que usamos no debería ser una invitación para que otros se sientan con el derecho de opinar sobre nosotras. Sin embargo, cada vez que salimos, sabemos que esa posibilidad está ahí, y sinceramente, me indigna.
De hecho, un caso que generó controversia fue el del arzobispo Luis Cipriani, quien en 2016 dijo que «la mujer se pone como un escaparate, provocando». Claro ejemplo de cómo se enseña a las mujeres a tener miedo, a cambiar nuestra forma de ser y vestir, como si el problema fuera nuestro.
¿Si el problema no somos nosotras, sino en aquellos que nos ven como objetos?
La Ley N°30314, para prevenir y sancionar el acoso sexual en los espacios públicos, define el acoso sexual callejero (ASC) como actos físicos o verbales de índole sexual que una persona rechaza por afectar su dignidad, libertad, integridad o libre tránsito, creando un ambiente hostil u ofensivo en espacios públicos.
La cultura del abuso persiste, a pesar de las leyes. Un ejemplo es el caso de la decisión de los magistrados del Juzgado Penal Supranacional de Ica, quienes absolvieron a un investigado por violación porque la joven usaba una trusa de color rojo con encaje. Para dichos jueces, la prenda íntima que usó la víctima era invitación a tener relaciones sexuales.
Lo que necesitamos no es que las mujeres cambiemos nuestra forma de vestir o actuar para «evitar problemas». Necesitamos que todos aprendan a respetar los límites y entiendan que lo que hacemos o lo que vestimos no les da derecho a molestarnos.
Solo queremos caminar en libertad. ¿Es mucho pedir?

Sobre Nataly Sánchez
Soy estudiante de Comunicación y Publicidad. Desde siempre me ha encantado todo lo audiovisual y lo que se puede crear a través de ello. Siempre me llamó la atención cómo se hacían los programas que veía y qué pasaba detrás de cámaras. También me gusta tomar fotos, ya que es una forma de capturar momentos que quiero recordar.