
Eran las 7 de la mañana de un viernes. Tenía 17 años y cursaba el primer ciclo de la universidad. Estaba en el paradero esperando el micro para ir a clases. Mi papá solía acompañarme, pero ese día no pudo ir. Así que ahí estaba yo, sola, esperando el transporte. Un tipo encapuchado pasó cerca y sentí un leve roce en la parte baja de la espalda. “Seguro fue un accidente”, pensé. El tipo siguió su camino, pero cuando pasó una segunda vez, me moví y él no hizo nada. La tercera vez, me quedó claro lo que quería: tocarme deliberadamente. Reaccioné empujándolo y gritándole: “¿Qué te pasa?”. Y él me llamó “loca” y se fue. Quedé pasmada, quería llorar. Pero, por su respuesta, llegué a pensar que tal vez solo fue imaginación mía.
Todos en la fila del paradero miraron, pero nadie actuó. La indiferencia de los demás se siente como una segunda herida, como si su silencio validara al agresor. El «efecto espectador», de los psicólogos John Darley y Bibb Latané, dice que, cuanto más grande sea la multitud, menos probable es que alguien ayude. En otras palabras, es la forma más elegante de decir: “¿Y yo por qué tendría que meterme?”
Lo que siguió después fue una ola de culpas: por haber dejado que mi papá se fuera antes (como si él tuviera que escoltarme a mis 17), por haber reaccionado (porque, sí, te hacen creer que defenderte es una exageración) y por simplemente haber estado ahí.
El acoso sexual en espacios públicos no debería ser una experiencia común, pero lo es. El Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) informa que el 96.5 % (248) de las personas que sufrieron acoso sexual en espacios públicos fueron mujeres. De este grupo, el 55.6 % (138) eran menores de 18 años, el 43.5 % (108) tenían entre 18 y 59 años, y el 0.8 % (2) eran mayores de 60 años. Desde que tengo memoria, todas las mujeres que conozco han vivido alguna situación de acoso. Es triste pensar que esto se haya convertido en una especie de «experiencia obligatoria» que nos toca vivir.
Dato curioso (o más bien aterrador): la Autoridad de Transporte Urbano para Lima y Callao (ATU) reportó 377 casos de acoso sexual en el Metropolitano en los últimos dos años. De estos, 112 ocurrieron en 2022 y 237 en 2023, con 28 casos solo en enero de este año. Y no, no es que nos guste salir a recolectar experiencias traumáticas como si fueran stickers, es que vivimos en una sociedad en la que nuestra simple presencia en espacios públicos parece ser vista como una invitación.
Desde 2015, el acoso callejero es un delito tipificado en Perú, con sanciones que van desde multas hasta prisión. Pero, seamos honestos, la teoría es bonita en el papel. Solo el 10% de las mujeres denuncia, según el informe “(In)Seguras en las calles” por Plan internacional. Y no es porque queramos guardar silencio, sino porque muchas veces las autoridades, con sus acciones y palabras, dejan claro que habríamos estado «mejor quedándonos en casa».
En mi caso, no denuncié. Y aunque sé que alzar la voz es importante, también sé que ese viernes apenas podía con mi rabia y mi miedo. Pero si algo me quedó claro es que esto no puede seguir así. Salir a la calle no debería sentirse como entrar a un campo de batalla.
Fue una experiencia que preferiría olvidar. Los supuestos «piropos» (entre muchas comillas) y los silbidos ya forman parte de mi rutina, y estoy segura de que no solo de mis días, sino de los de la mayoría de las mujeres, al punto de que salir con miedo se ha vuelto lo normal. Pero nunca había vivido una invasión tan clara de mi espacio personal, hasta el punto de que alguien se atreviera a tocarme.
La próxima vez que veas un acto de acoso, piensa que el silencio es el mejor aliado del agresor. Si eres mujer y has pasado por algo así, aunque el miedo te quiera paralizar, busca apoyo y denuncia si puedes.
No tendríamos por qué aprender a defendernos como si fuera una obligación, ni vivir con miedo cada vez que estamos fuera de casa. Merecemos caminar tranquilas, sin sentir que nuestra seguridad está en juego solo por existir.
¿Y si en vez de enseñarnos a «cuidarnos», empezamos a enseñar que el respeto no es opcional?

Sobre Daisse Mejía
Estudiante de Comunicación y Publicidad. Me apasiona la publicidad, la creación de contenido y el mundo audiovisual. Disfruto aportar ideas creativas y participar en todo el proceso detrás de una producción. También me encanta la música y la fotografía.