Por Camila Aranda diciembre 08, 2025

He fallado en considerarme amante del rock en español. Conozco a Soda Stereo, Los Prisioneros, Rata Blanca, Mar de Copas y demás, pero no a Aterciopelados. Hasta ahora. Lo siento, qué vergüenza.

Aterciopelados, que inició con el nombre de Delia y Los Aminoácidos en 1990, es una banda de rock alternativo colombiano, formada principalmente por Andrea Echeverri y Héctor Buitrago. Su música les valió el reconocimiento internacional, además de su compromiso con temas sociales y culturales que les dio una identidad única. Han ganado numerosos premios y reconocimientos durante más de tres décadas. Han compartido con artistas de todo calibre (por ejemplo, Andrea cantó con Gustavo Cerati En la Ciudad de la Furia en un memorable MTV Unplugged de 1997). Son icónicos y recién me vine a enterar.

En 1995, lanzaron su segundo álbum El Dorado, disco que, en plena ola noventera del rock latino, cuando la región buscaba su sonido entre la modernidad y sus raíces, ayudó a posicionar al grupo como uno de los abanderados del rock latino.

El gran hit fue Florecita Rockera, pero, entre las 16 canciones, hay una que me llamó más la atención: la que lleva el mismo nombre que el álbum. Antes de escucharla ni siquiera me había preguntado el porqué del nombre. ¿El Dorado? ¿Se referirá al sol quizás? Con mi breve hipótesis, me puse los audífonos.

«Lo tengo muy bien guardadoTapado por si las moscasYa le han hecho el viajadoY nunca lo han encontradoLo cuidaré, lo cuidaré, lo cuidaré»

Haciendo de esto algo más personal, y que de casualidad resonara en mí, invité a una amiga a escucharla conmigo otra vez y comentar. Ahí nos tienen: un par de chicas repitiendo la letra de una nueva canción (en realidad, de 1995). Le repetía el coro como sacándole cachita “mira que aquí lo tengo” y me reí de sus expresiones. Hice una pausa después y pensé: «¿qué tenía yo?» Y seguía mi mente con “Lo cuidaré, lo cuidaré”.

El Dorado me atrapó con su ritmo lentito y pausado inicial, con la voz suave de Andrea Echeverri entrando casi como un susurro. Poco a poco se construye un ambiente con la guitarra, el bajo, quizá también una percusión baja. Luego, se siente una leve elevación, una urgencia que no se sale del margen, sino que acompaña la letra. Es de esas canciones que al principio no invita a analizar la letra, solo a sentir el ritmo y mover la cabeza como asintiendo.

La letra juega con la metáfora de El Dorado, la ciudad mítica que los conquistadores españoles intentaron encontrar durante décadas en Sudamérica (algunos dicen que estaba en la selva colombiana). Claro, la canción habla de la búsqueda de algo perdido, de aquello que se nos prometió o que nos hicieron creer que era un tesoro. Pero no lo entendí por completo la primera vez que lo escuché.

Llegar a estas ideas me costó, lo admito. Lo cierto es que esta canción ayuda a comprender que, a veces, buscamos fuera lo que ya tenemos dentro. Llámalo amor propio o nuestra esencia, pero en cualquier caso, hay que cuidarlo porque nos pertenece.

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Sobre Camila Aranda

Estudiante de Comunicación y Publicidad.

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