Por Zaleth Vilca noviembre 26, 2025

No me gusta cambiar de gustos musicales tan rápido. Cuando algo me obsesiona, me quedo ahí. Y ahora mismo estoy metida hasta el cuello con el cast de Hamilton. Por eso, cuando en clase nos hicieron un sorteo para asignarnos un álbum y me cayó Chaco (1995), de los argentinos Illya Kuryaki and the Valderramas, no voy a negar que puse cara de “¿en serio?”. No había opción. Era eso o desaprobar. Y yo necesito esa nota, así que me resigné a escucharlo entero, una semana completa, casi por obligación.

En mi negación, una amiga me invitó a salir. Le dije que solo me faltaba una columna de opinión sobre Illya Kuryaki y se puso como si fuéramos a un concierto. Sin permiso, transformó la noche en una sesión de escucha improvisada: canción tras canción, sin descanso, sin escape. Obligada por el sorteo, obligada por mi amiga.

Y entonces llegó Jaguar House. Apenas empezó, me quedé en shock. No sabía si me gustaba o si me intimidaba. Era funk mezclado con rap, con soul, con algo casi tribal que no se parece en nada a lo que suelo escuchar. Y justo eso me golpeó: Illya Kuryaki no quiere que lo escuches cómodamente. Quiere que reacciones. Quiere sacudirte.

De a pocos fui entendiendo su lógica. Jaguar House no está diseñada para agradar, sino para provocar y llevarte a un espacio raro donde lo salvaje y lo elegante se cruzan sin pedir permiso. La voz segura, los instrumentos peleándose entre sí, esa vibra intensa… todo parecía decirme: “Esto no es para que lo entiendas, es para que lo sientas”.

Como soy curiosa, investigué y descubrí que Chaco logró vender alrededor de 250.000 copias, según la página oficial de IKV. También encontré que el nombre del álbum no es solo una elección estética: un artículo de La Nación explica que Chaco alude a la provincia argentina con un sentido simbólico de mestizaje e identidad, una especie de mapa cultural que abraza la mezcla sin culpa. La fusión es un punto de partida, no un accidente. Así se explica por qué el álbum suena tan libre.

La Nación también describe al disco como uno de los pilares del “nuevo sonido” latino de los noventa, mezclando rap, funk, soul y referencias visuales cinematográficas que rompieron con lo que se esperaba del rock argentino de ese momento. Ese contexto explica que Jaguar House no cuente una historia tradicional. Lo suyo es la actitud, el ritmo, ese pulso que llega primero al cuerpo y después a la cabeza.

Y lo curioso es que, sin darme cuenta, dejé de escucharlo por obligación. Ya no era la tarea ni el sorteo ni mi amiga presionándome. Era yo intentando entender por qué esa canción me había movido tanto. Y ahí me cayó una idea que también siento con Hamilton: cuando la música es auténtica, no importa si está lejos de tus gustos. Te encuentras igual.

Al final, Chaco dejó de ser un castigo académico y, más bien, se convirtió en una prueba de que lo nuevo no siempre está tan lejos de lo que amamos: a veces llega vestido con otros ritmos.

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Sobre Zaleth Vilca

Estudiante de Comunicación y Publicidad. Ilustrador digital y fanático de los musicales (especialmente Hamilton).

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