
Miguel Álvarez tiene 63 años, es profesor de química y biología, pero desde los diez años ha estado en el mundo del teatro. Estudió dirección teatral en Buenos Aires. Es dramaturgo, es decir, escritor de textos para obras teatrales, lo que implica el desarrollo de personajes, diálogos y tramas. En 1984, fundó La Tarumba, grupo que une el teatro, el circo y la música en sus espectáculos, con el propósito de educar y entretener. Este grupo ha sido premiado en 2014 por el Ministerio de Cultura por su modelo cultural de alta calidad, ya que integra expresiones artísticas y promueve la integración social con proyectos para poblaciones vulnerables y formación de artistas. También es escritor y ha publicado una obra llamada Sanseacabó, y en 2025 publicará un cuento para niños llamado El extraño caso de la sopa de letras. Considera que el teatro es un medio para transmitir mensajes significativos y enfrentar la resistencia cultural, entendida como el esfuerzo de individuos o grupos para preservar o proteger su identidad, tradiciones y expresiones culturales. Resalta la importancia del humor, el diálogo y la formación de nuevas generaciones de artistas en la actualidad peruana.
En tu trayectoria como dramaturgo y director, ¿has tenido algún proyecto que consideres especialmente desafiante?
Sí, todas, pues no hago teatro para entretenimiento. Generalmente, busco que el teatro deje algo significativo. Lo más desafiante es crear un teatro que no se limite al entretenimiento, para evitar caer en el facilismo típico de las obras para niños, donde se suele recurrir al espectáculo simple.
¿Cómo fue esa experiencia?
No estudié aquí, pero vi teatro de pequeño. Grupos como Grillo, Cocoliso y Abeja buscaban hacer otro tipo de teatro, aunque no era lo más frecuente. La época estaba llena de shows convencionales, como Los tres chanchitos, donde el público bailaba y cantaba, pero eso no iba más allá del entretenimiento. Aunque no está mal, no era lo que me interesaba. Buscaba algo que exigiera más al actor. Es fácil caer en arquetipos, como el chistoso, y quedarse ahí. Para mí, eso no es interesante.
Si tuvieras que elegir una temática que no has explorado en tus obras, ¿cuál sería y por qué?
Es difícil señalar un tema que no haya tocado, ya que siempre exploro lo humano en diferentes aspectos. He estudiado profundamente a Federico García Lorca y trabajado con teatro del absurdo. Me fascinan los títeres, inspirados en Lorca, pero creo que me falta incorporar más danza en mis espectáculos. Actualmente, estoy trabajando en una obra llamada El Jardín de Mónica, donde añadí un elemento nuevo al original: dos actrices que vuelven a un viejo teatro abandonado, lo que refleja la resistencia cultural tras el fujimorismo, que intentó destruir el sector artístico. En los años 80, Lima tenía muchas salas de teatro, pero ahora es difícil encontrar espacios, lo que refleja una crisis cultural y educativa. Además, gran parte del público actual es extranjero, y el interés por el teatro ha disminuido, especialmente entre los estudiantes, debido a una educación más técnica y menos humanista.
¿Hay algún aspecto del teatro o del circo que crees que no recibe la atención que merece hoy en día?
Sí, la formación de público en el circo. Es muy difícil hacer un circo con carácter completamente peruano. La Tarumba lo intenta, igual que un circo de Cusco con un espectáculo llamado Paucartambo, pero es complicado. En cuanto al teatro peruano, hay más dramaturgos pero seguimos muy centrados en el conflicto armado. Aunque es un tema importante, parece que no ayuda a sanar, sino a hundirse más en la herida. Por ejemplo, el fujimorismo quiere eliminar el Lugar de la Memoria y otros símbolos. Pero falta comprensión sobre el proceso, y mucha gente no entiende que hubo víctimas de todos lados, no solo de Sendero Luminoso.
Tus obras suelen abordar temas sociales importantes. ¿Cómo logras que esos mensajes no opaquen el entretenimiento, ni la estética de la obra, manteniendo un equilibrio entre hacer reflexionar al público y a la vez divertirlo?
Logro ese equilibrio manejando bien los temas, el humor y siendo honesto en mi trabajo. El humor es mucho más amplio que solo la parte cómica, y si lo usas bien, las cosas funcionan. Trabajo mucho con la música y me he enfocado en crear contenido para niños, aunque también quiero reformular una compañía y dedicarme nuevamente a ello. Al principio pensé en trabajar en televisión, pero decidí buscar algo con más profundidad y peso cultural. Mis obras promueven la identidad y cultura peruana desde una visión limeña, lo que me interesa es mostrar esa diversidad. Creo que el monstruo lo creamos cuando no le damos afecto y respeto al otro, y eso lo reflejo en mis trabajos como Sanseacabó. También me interesa que los actores estén comprometidos con los temas que trato, de lo contrario no me interesa trabajar con ellos. El proceso creativo es un intercambio continuo de ideas entre mis actores, alumnos y yo. Aprecio mucho ese diálogo y aprendizaje mutuo.
La Tarumba ha sido un referente en la escena cultural peruana por muchos años. ¿Cuál ha sido la clave?
Creo que el carácter de La Tarumba se encerró más en el circo. Entre los años 90 y 96 no hicieron obra, solo talleres, y cuando volví en el 96 montamos Calimando, una obra sobre Cupido, dos jóvenes y la muerte. Ahí conocí a mi esposa, Vanessa, quien hacía el papel de la muerte. Luego, la productora Estela Paredes le dio un carácter más comercial y vendible. Volví en un momento de crisis y vi cómo se levantaba, después seguí con mis proyectos.
¿Has pensado en incorporar más tecnología interactiva o virtual en tus futuras puestas en escena?
Me gusta mucho el sonido. Es lo que más uso, tanto en teatro como en lo audiovisual. Por ejemplo, el próximo año diseñaré la sonoplastia [arte y técnica de gestionar sonidos en una obra teatral] de una película que requiere ocho líneas de sonido, algo no común en Perú. Trabajo creando un diseño sonoro, aunque a veces el director lo cambia. El sonido es clave también en el teatro, pero aquí no se maneja tanto. La tonalidad de los actores afecta la obra, y eso es algo que pocos consideran. Me interesa más el teatro de estudio, donde los actores descubren cosas nuevas sobre sus capacidades y sonidos, lo que enriquece el proceso.
Muchos creadores sufren de bloqueos creativos. ¿Cómo afrontas esos momentos en los que las ideas no fluyen?
Cuando enfrento un bloqueo creativo, suelo darme una vuelta por Lurín, Pachacámac y Rinconada, lugares que marcaron mi infancia. Ahí, la cantidad de personas que cuentan historias me inspira. Como narrador, invento cuentos constantemente; así que, cuando las ideas no fluyen, visito a mi familia y descubro historias olvidadas que mezclo y transformo. Además, realicé un curso de dramaturgia donde aprendí a usar “gatillos creativos” [estímulos o técnicas para desbloquear la creatividad]. Me enseñaron a observar a las personas en la calle y a crear historias a partir de ellas. No me gusta quedarme sentado esperando la inspiración: prefiero salir a caminar, incluso en lugares concurridos, donde la energía de la gente me estimula.
Interesante.
También leo sobre personajes históricos y escribo mucho para el colegio donde trabajo, lo que me da herramientas para generar ideas. Mantengo un banco de ideas en cuadernos y en mi celular, donde apunto cualquier destello creativo que me surja. La clave está en estar en constante ejercicio de creación, siempre pensando en cómo una idea puede convertirse en una obra o un espectáculo.
La Tarumba ha trabajado con diferentes generaciones de artistas. ¿Qué crees que es fundamental para que las nuevas generaciones de creadores encuentren su voz y sigan desarrollando el teatro en Perú?
Es esencial que los maestros en las escuelas vayan más allá de sus horarios y tomen iniciativas. Un ejemplo es Manuel Conde en El Agustino, quien organiza un festival escolar que permite a los jóvenes descubrir el teatro. El movimiento de teatro independiente en Perú, formado principalmente por maestros y obreros, ha permitido que muchos grupos surjan de los colegios, como Kimba Fá, un grupo afroteatro. Sin financiamiento oficial, los grupos se organizan en muestras regionales y nacionales, eligiendo a los mejores según su desarrollo. A pesar de las dificultades de acceso a la información, el internet ha facilitado la búsqueda de recursos. Además, el teatro tiene raíces en espacios comunitarios como parroquias, donde muchos comenzaron su formación.
¿Cuál crees que es la cualidad más importante que un actor debe tener para transmitir emociones auténticas al público?
Tiene que ser sincero con su proceso. Un actor profesional cuida su trabajo, se compromete con el discurso y lo hace en serio. Esto incluye llegar temprano, prepararse físicamente, investigar sobre el personaje y comunicarse con los demás actores y el director. El proceso creativo no se limita a las horas de ensayo; se trata de estar alerta y reflexionar constantemente. Aprenderse la obra en su totalidad, no solo la letra, es crucial. Además, ensayar implica probar nuevas formas, no simplemente repetir. Un actor debe comprometerse profundamente con su trabajo para lograr personajes que enamoren al público, y lo más importante es hacer que la gente se enamore del teatro. También es vital trabajar sobre la sensibilidad y estar consciente de los efectos negativos de las distracciones modernas, como el celular, que limitan la concentración y pueden afectar la creatividad.

Sobre Brigitte Bello
Estudiante de Comunicación y Publicidad. Me apasiona contar historias con la cámara, desde la grabación hasta la edición. Disfruto crear contenido audiovisual con identidad y conectar con las personas.