Martín Quintana Por Martín Quintana mayo 01, 2025

Suena mi despertador. Son las 4:10 am. Me despierto. Me alisto para salir. Salgo a las 4:30. El frío es indescriptible a esa hora. Miro a mi alrededor ante de cruzar la pista. No veo a nadie en las calles. Mi única compañía es la lluvia.

Mi turno laboral empieza a las 5 a.m. Me dirijo hacia la playa de estacionamiento, al aire libre y en completa oscuridad. Mientras acomodo los equipos antes de la apertura, me hundo en preguntas y dudas que yo mismo me respondo. Es la única manera de distraerme del crudo frío de esas horas.

“Todo es sacrificio en esta vida”. ¿Quién no ha escuchado esta frase al menos alguna vez? En mi caso, creo, con firmeza, que con organización, disciplina y esfuerzo todo se puede.

Ahora bien, a pesar de ser organizado, cuando empecé este ritmo de estudiar y trabajar, me estampé contra la muralla del tiempo.

Mi vida se redujo a ir al trabajo a las 4:30 a.m., salir de trabajar a la 1:00 p.m., ir a estudiar de 3:00 p.m. hasta las 5:30 p.m., volver a casa a las 7:30 p.m. para dormir a las 8:30 p.m. y seguir con la misma rutina el resto de la semana. ¿Y el tiempo para mí?

No saber si lograré terminar con todos mis pendientes carcome mi mente. Siento terror al pensar que puedo estar perdiendo oportunidades valiosas. Repudio este sentir. La sobrecarga de emociones me impulsa a abandonar todo, pero no puedo renunciar. Tengo metas que cumplir.

Busqué recomendaciones para sobrellevar mi situación. En la primera búsqueda encontré este título: “Estudiar y trabajar al mismo tiempo (y no morir en el intento)”.

No morir en el intento… Título bastante alarmista para mi gusto.

Otro artículo hacía referencia a un estudio de Katheryn Monaham (Universidad de Washington), Joanna M. Lee (Universidad de Virginia) y Laurence Steinberg (Universidad de Temple), quienes, tras investigar a más de 1.700 estudiantes, hallaron que los adolescentes que trabajan más de 20 horas semanales tienden a participar menos en clase o tener peor rendimiento académico que los que no están empleados o trabajan menos horas. Dejé de leer el artículo y me quedé pensando en lo que podía pasar conmigo.

Seguí mi investigación. Encontré dos informes, uno de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y otro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que señalan diferencias atroces entre mi país y los del primer mundo. Por ejemplo, en Perú, la falta de apoyo social, la precariedad laboral y los altos costos educativos colocan a los jóvenes en una situación de desventaja significativa. En cambio, Suecia, Finlandia o Alemania ofrecen un entorno más favorable, con educación accesible, condiciones laborales reguladas y un sólido apoyo social que facilita la conciliación entre trabajo y estudio.

Antes de dejar el celular a un lado para no hundirme más, vi un artículo sobre el síndrome de burnout, al que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define como el «estado de agotamiento vital» resultante del estrés crónico derivado del trabajo. Me dio miedo que el ritmo de estudios y trabajo me provoquen este síndrome.

Lo cierto es que me encuentro al borde de la autoexplotación. Como dijo el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en una entrevista al diario El País: “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando”. Y, sí, se siente bien sentir que uno puede sobreponerse a las distintas adversidades y grandes dificultades que se puedan presentar, pero muchas veces hay que preguntarse ¿cuál es el costo de lidiar con todo esto?

Lo cierto es que hay que ser realistas. Según el INEI, “la principal causa de deserción en educación superior en el Perú es la necesidad de trabajar para contribuir al ingreso familiar”. ¿Qué pasaría si dejo de trabajar? La respuesta es obvia: no tengo muchas más alternativas.

Muchas veces el sentimiento de que todo se está acumulando y está por tumbarme barre con todas mis fuerzas. Pero, al final, te aferras a tu propósito. Ahora bien, no pretendo normalizar ni romantizar la precariedad laboral del país o la explotación, pero si decides emprender en este camino, quisiera que te lleves algo de mi experiencia.

¿Qué recomendaciones te daría antes de empezar o seguir estudiando y trabajando? Pues, sinceramente, siendo mi primer trabajo, tuve que improvisar para mantenerme cuerdo. Por ejemplo, es clave tener como mínimo un día en el que solo trabajes y tengas el resto del día libre. “Necesitamos un tiempo propio que el sistema productivo no nos deja; requerimos de un tiempo de fiesta, que significa estar parados, sin nada productivo que hacer”, dice el mismo Byung-Chul Han.

Un día libre te dará espacio para estudiar y tener algo de vida. Debes tener claro que el estrés puede ser constante y debes sobrellevarlo. En mi caso, el miércoles es el único día que puedo “descansar”, así entre comillas, ya que no trabajo -pedí permiso- porque tengo cursos en la mañana y en la noche.

Sé disciplinado y no dejes que la procrastinación te someta. Si tienes tiempos libres y trabajos que hacer, aprovecha el tiempo o adelanta las cosas. No te involucres en problemas del trabajo, como chismes, intrigas y demás. No hagas que el trabajo se vuelva una doble carga y te consuma mentalmente.

Ten presente que habrá momentos en los que sientas que todo se nubla. Recuerda que no eres de piedra. La infelicidad se presentará en distintos momentos, pero con optimismo, amor y salud podrás sobrellevar esta situación de la mejor manera. Habla sobre tus problemas, pensamientos y sugestiones con alguien. Libera todo eso. Desfógate. En mi caso, mi enamorada ha sido pieza clave en esta parte.

No te olvides de ti mismo.

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Martín Quintana
Sobre Martín Quintana

Estudiante de Comunicación y Publicidad en la Universidad Científica del Sur. Amante de la escritura que deja huella y de la fotografía que narra historias. Disfruto de la música, me nutro de cada nueva experiencia y creo firmemente en el poder de las voces que buscan un cambio. Comprometido con la justicia social y con construir un impacto real en un país que clama por acción.

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