Por Valeria Aguilar febrero 17, 2021

La comunidad de la Universidad Científica del Sur se mantuvo activa en la díficil coyuntura de la pandemia de covid-19.Estudiantes, docentes, investigadores y toda la comunidad universitaria trabajaron arduamente para hacer frente a los problemas derivados de la crisis. Presentamos las historias de algunos de los alumnos y docentes que están en el campo ahora.

De las aulas al hospital

Es sábado por la noche. A través de la pantalla, Luis lleva puestos su uniforme blanco, una mascarilla, un casco protector y unos guantes. “Dame unos minutos, no cortes”, menciona antes de pausar la entrevista. Una voz inquieta le pide un informe de última hora por una paciente que requiere su ayuda. El deber llama, salvar vidas no tiene horarios, y, en tiempos de covid-19, tampoco piedad.

No es solo el reto de salvar vidas, es el ejercicio práctico por mejorar la calidad de vida de cada una de las personas que se acerca a él.

La pandemia cambió la vida de todos. Luis estaba por comenzar su Servicio Rural y Urbano Marginal (SERUM). Este programa lo realizan egresados de medicina para brindar atención poblaciones vulnerables y alejadas, un gran paso para obtener su especialización. El lugar que visitan depende del promedio ponderado de cada uno de los alumnos. No obstante, realizar el SERUM implica exponerse a estar en un hospital y poder contagiarse del COVID-19. Compañeros y amigos suyos no se arriesgaron. Luis sentía que no era el momento para descansar de su desarrollo profesional y menos cuando se necesitan manos para atender vidas en riesgo. Sin dudarlo, decidió ir a Talara (Piura), lugar en el que su pasión enfrentaría sus miedos.

Viajar no fue fácil. Se despidió de su familia en Lima, mentalizado en dejar de contar los días para verlos. Podía pasar un año o seis meses. “Todo depende de la coyuntura”, menciona desanimado. Su hogar se vio reducido a una pequeña habitación en la que descansa luego de largas guardias. Su uniforme no es el mismo, se vio transformado por una serie de protocolos que evitarían contagios. “Yo lo llamo, traje de teletubbies, normalmente nos cubrimos y recubrimos para atender pacientes con coronavirus”, comenta Luis.

Siempre persiguió retos. Decidió convertirse en el primer doctor de su familia, luego de elegir la carrera de medicina en la Universidad Científica del Sur. Recuerda haber pasado malos ratos en sus primeros años de estudiante. Cuando se acercó más a los pacientes, poniendo en práctica sus habilidades, muchas veces, los pacientes no responden como deberían, especialmente frente a enfermedades terminales. Hay pérdidas, dolor y frustraciones que logró sobrellevar. En Piura, muchas de las sensaciones que marcaron su aprendizaje como médico volvieron a su memoria. “Los milagros y las pérdidas son cuestión de todos los días”, indica resignado Luis. Evoca en su memoria a su último paciente. Un adulto mayor al que llamaremos Alberto, que parecía mejorar de su problema respiratorio, pero horas después falleció por complicaciones que provenían de otras enfermedades.

Detrás de sus altibajos hay una luz que le permite seguir. Su carrera cobró sentido a partir de la gratitud de sus pacientes. Con cariño, comenta el momento en el que adornó el cuarto de una señora antes de ser operada para celebrar su cumpleaños, “Jamás olvidaré su mirada de felicidad y agradecimiento, situaciones como esa son mi mayor motivación”, resalta emocionado.

Su experiencia en Piura hizo que note una necesidad urgente. En su sede, solo existen cuatro psicólogos para atender a miles de personas, y, por si fuera poco, no cuentan con la atención de un psiquiatra. “La pandemia ha creado cuadros de depresión y ansiedad que necesitan ser atendidos, además de medicados”, comenta. Partiendo de esto, son nuevas metas y objetivos que espera cumplir más adelante. Luis tiene claro que su decisión por estudiar medicina en la Universidad Científica del Sur se ha ratificado en este contexto. No es solo el reto de salvar vidas, es el ejercicio práctico por mejorar la calidad de vida de cada una de las personas que se acerca a él. Prolongar los momentos, las risas y los abrazos es un desafío que está seguro que desea cumplir.

La covid-19 también golpea la Amazonía

La región amazónica fue una de las más afectadas durante la pandemia. Santiago Valdez, médico egresado de la Universidad Científica del Sur, lo vivió en carne propia. Supo que tenía que quedarse y aplicar todo lo aprendido en las aulas para que su hospital no se convierta en un espacio fúnebre.

Todos desaparecieron, solo había personas infectadas y algunos doctores que tenían que repartirse la labor

Se encontraba en su segundo año de residente de enfermedades infecciosas y tropicales. El hospital Regional de Loreto fue su lugar de aprendizaje. Si bien, a inicios de la pandemia (durante la propagación más silenciosa), él se encontraba rotando turnos en Lima, amigos y mentores le habían comentado la crisis en la que se encontraban en la Amazonía peruana. Tomó valor y en abril voló a Loreto para continuar con su labor de salvar vidas.

No pasaron muchas horas desde su llegada para notar que todo estaba colapsado: “era surreal”, manifiesta. Un hospital desértico, enfermos pidiendo ayuda, camillas colapsadas y una constante sensación de fracaso. “Todos desaparecieron, solo había personas infectadas y algunos doctores que tenían que repartirse la labor” comenta.

Con más de 600 personas en el hospital, teniendo solo a 200 como límite de capacidad, las especialidades dejaron de existir. Todas las camas eran para pacientes covid. “Este no fue el lugar en el que encontraron el primer caso, pero sí el primero en que las cosas se salgan de control” cuenta resignado. El oxígeno, principal fuente para vencer al coronavirus, era escaso. Muchos de sus compañeros estaban hospitalizados, incluso, algunos de ellos no sobrevivieron. Las complicaciones comenzaban a enredarse.

En medio de la crisis, la solución para la falta de oxígeno llego de la propia población organizada. El Vicariato Apostólico de Iquitos realizó una colectiva que recaudó más de dos millones de soles. Se construyeron cuatro plantas de oxígeno: tres para el Hospital Regional de Loreto y una para la ciudad de Nauta. El oxígeno otorgó mayores recursos para evitar las muertes, pero no calmó el nivel de contagios.

Valdez Recuerda haber estado con todo el equipo recibiendo las cosas. “Nos sentíamos más unidos que nunca, pensamos: somos nosotros, con Loreto al hombro” exclama emocionado. El hospital se volvió su segundo hogar. Muchas veces atendía 72 horas de corrido. Los días buenos no faltaron. Le alegraba ver que la pregunta que los pacientes ¿Ya puedo volver a casa? A lo que respondía con un “sí” rotundo.

A los pocos días de alegría, sin embargo, le seguían pequeñas crisis. La impotencia de ver colegas y maestros contagiados fue interminable. Recuerda que una noche, vio sentado en silla de ruedas a uno de sus mejores mentores, quien además de dializarse, se había infectado de coronavirus. “Ver su mirada y saber que no todo andaba bien fue realmente doloroso” expresa con pena.

Poco a poco, la ayuda comenzaba a multiplicarse. El colegio médico aportó muchos de sus fondos en transportar y movilizar a los enfermos, la fundación Oly, junto con el patronato del colegio Markham los contactaron para donarles recursos claves para continuar en esta batalla. Los contagios cada vez eran menos y las herramientas para enfrentarlo cada vez eran más.

Valdez no ha tenido síntomas de COVID19. Decidió combatir el virus desinfectándose cada vez que era posible y usando su mascarilla KN 95. Recuerda siempre el estrés de llevar un traje con más de 38°. El hospital todavía lo requiere y él solo espera que todo pase para volver a casa.

Apaguemos el fuego

Si la vocación de cada ser humano nace del interior, para algunos la decisión de salvar vidas va más allá de su ejercicio diario. La empatía se convierte en una filosofía de vida, y, la autoexigencia, sin ningún margen de error es algo primordial: ¿Qué motiva a alguien a convertirse en médico y bombero al mismo tiempo?

Por las mañanas llevaba clases, cubría servicios en los bomberos y también guardias en el hospital, nunca dudé de mi decisión

José Amau, médico egresado de la Universidad Científica del Sur, rememora siempre las tardes en las que acompañaba a su padre a pueblos remotos para atender a personas enfermas. Para su padre, brindar atención gratuita a quienes más lo necesitaban era su mayor motivación para caminar y trabajar durante días. Sin notarlo, era el ejemplo a seguir por su hijo.

Amau decidió estudiar medicina. Lograba organizarse correctamente con los horarios y comenzaron sus primeros años de guardia en los que, sin pensarlo, tomó otra decisión importante: ser bombero. Uno de sus compañeros, quien pertenecía a los bomberos voluntarios, le comentó de lo que trataba su labor y lo invitó a integrarse al cuerpo. José nunca lo había pensado, pero le agradó la idea. Pasó las pruebas y pudo integrarse.

Ser estudiante de medicina y estar iniciando como bombero voluntario no fue una tarea sencilla. “Por las mañanas llevaba clases, cubría servicios en los bomberos y también guardias en el hospital, nunca dudé de mi decisión”. Para Amau, su mayor motivación era poder ayudar a los demás. “Mi prioridad es ser empático,tener tino al hablar, y sobre todo, calidad humana”.

Durante la pandemia, pasaba mucho tiempo en la compañía, alrededor de 4 a 7 días a la semana. Por prevención, había periodos en los que se quedaba a dormir. A mediados de año, tuvo que comenzar su SERUM en la región amazónica y, al mismo tiempo, debía ser instructor en los bomberos voluntarios. Era tiempo de organizarse de la mejor forma.

Realizar su SERUM requirió más tiempo del que pensaba. Sin embargo, atiende a sus alumnos ante cualquier requerimiento por videollamada. Su labor como médico fuera de Lima le recuerda a las necesidades urgentes que notaba en los viajes con su padre. Como doctor y bombero, espera seguir aportando en lo posible para poder cambiar la situación del país.

Autores
Sobre Valeria Aguilar

Comunicadora, amante del diseño gráfico y periodista en formación. Fiel creyente en que los espacios digitales le permiten a los jóvenes tener voz y dársela a quienes no pueden ser escuchados.

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