Por Mercedes Figueroa noviembre 17, 2023

Desde niña, siempre he sentido fascinación por las fotos antiguas. Recuerdo mucho las fotos que mi abuela guardaba en una delicada caja, que también mostraba el paso del tiempo. Al interior, conservaba fotos de su juventud en Trujillo y con sus amigas en Lima durante la primera mitad del siglo XX. También guardaba fotos de sus hijos pequeños y del matrimonio de mi madre. Las fotos tenían distintos tamaños, formatos, colores (como sepia o blanco y negro), distintos papeles fotográficos en texturas que eran interesantes al tacto.

Llamaban mi atención la moda de la época, así como también las condiciones de las calles de Lima, casi irreconocibles para mí. Siempre le preguntaba a mi abuela cómo era Huanchaco o el Jirón de la Unión cuando ella era joven. Conversábamos por horas.

Con el tiempo, ya como antropóloga, derivé este interés personal en uno de investigación, preguntándome por las maneras en que estas imágenes cuentan historias y contribuyen a la preservación y continuidad de las memorias familiares. Esto se evidenció para mí, incluso durante el confinamiento debido a la pandemia por COVID-19: mis amistades compartían, en sus redes sociales, capturas de pantalla de sus videollamadas por WhatsApp o Zoom con sus seres queridos y con mensajes alusivos a la importancia de la familia: “lejos, pero siempre juntos”, mencionaba uno de ellos.

Considero importante llamar la atención sobre este hecho para entender mejor el valor que este tipo de fotos adquiere actualmente, cuando la práctica de revelado y archivo de fotografías en álbumes se ha reconfigurado en el tiempo y ha devenido en otro tipo de registro y prácticas, debido al desarrollo y acceso masivo a la tecnología digital.

Prácticas y artefactos de memoria

Para empezar, ¿qué es una foto familiar? ¿Cómo abordar aquellas fotos que tenemos en casa? Un estudio inicial es el de Pierre Bourdieu (2003), quien reflexionaba sobre las relaciones entre fotografía y familia, considerando un vínculo indisoluble entre ambas dado que la primera cumple la función de eternizar y solemnizar los momentos familiares.

Se busca así reforzar la continuidad e integración de la familia, reafirmado su unidad y el sentimiento que tiene de sí mismo cuando las pone de manifiesto. De esta manera, para el autor, estamos frente a fotos profundamente convencionales y ritualizadas.

En contraste, Roland Barthes (1989) reconoce los hondos afectos personales que la fotografía familiar puede ofrecer a quienes la observan. Por ello, es que identifica una estrecha relación entre ritual familiar y fotografía. Y en este aspecto, es sin duda la foto de boda una de las modalidades más ritualizadas, entre otras cosas porque la foto misma forma parte del ritual propiamente dicho (Ortiz, 2006, pp. 154).

Las reflexiones de ambos autores nos llevan a pensar sobre la función social de la fotografía. En este sentido, podemos pensarla como un hacer. Esto es, transformando acercamientos tradicionales desde la historia y la teoría fotográfica, que le han otorgado mayor interés a lo que la fotografía es y no a lo que esta hace. Así, esta mirada nos reta a pensar las fotos familiares como un proceso, como un acto de comunicación y una “actividad simbólica” (Chalfen, 1987 en Sandbye, 2014).

Como acto comunicativo (Edwards, 2005 en Sandbye, 2014), tenemos también que estas imágenes de familia forman parte importante de la cultural oral, en la que participa la materialidad misma de la foto. Es decir, su intercambio y su conservación física, su intervención y edición a la vez que la posibilidad de consultarlas y poder tocarlas, sentirlas, tanto individual como colectivamente. De esta forma, nos encontramos ante un medio interactivo, que crea historias y estimula sentimientos.

También podemos pensar estas fotos como un acto afectivo (Sandbye, 2014), que conlleva experiencias y demostraciones afectivas entre los miembros de una misma familia y personas cercanas. Esta consideración además no destina a las emociones y afectos a un ámbito meramente subjetivo, sino que las reconoce como parte importante de las prácticas sociales y políticas de los individuos.

En relación a todo ello, destaco la propuesta de Guillian Rose (2016), quien entiende la foto de familia como una práctica social, es decir, como algo que la gente hace. Rose entiende una práctica como una forma muy coherente de hacer algo, utilizando determinados objetos, conocimientos, gestos corporales y emociones. Es a través de las prácticas que se producen las relaciones sociales y las instituciones, y cómo se representan las posiciones e identidades de los sujetos (2016, pp. 18, traducción propia).

La fotografía familiar no puede identificarse únicamente por lo que muestra. Su contenido es solo una parte de lo que las define como tal. Es igualmente importante lo que se hace con ella. Tanto el hecho de registrarla y guardarla, como su contenido referencial, es lo que convierte a una foto en una foto de familia.

Finalmente, luego de repasar aquello que la foto hace en términos de memoria y representación, cabe preguntarnos qué hacemos con nuestras fotos de familia. Hacemos una serie de cosas que tienen que ver con su registro o producción, con su consulta o remirada, con su conservación y circulación (Keightley y Pickering, 2014). Podemos guardarlas en el celular, en la computadora, en un álbum, en sobres, bolsas o cajas; imprimirlas, regalarlas, tenerlas en marcos, ampliarlas, editarlas, entre otras cosas. Todas estas actividades les dan sentido, dan cuenta de su relevancia a través del tiempo y espacio, así como nos permiten identificar sus resignificaciones y cambios en el tiempo.

Las fotos, como fragmentos construidos de una realidad pasada, son mayormente estímulo para la construcción y reconstrucción del pasado y la memoria de la familia, por parte de sus actuales miembros. El pasado al que apela la foto familiar se resignifica desde diferentes marcos de interpretación y de afecto, así como por el tiempo transcurrido y otros eventos vividos; dependiendo del relator o relatora de la memoria familiar y su mirada.

Mi abuela nos dejó en diciembre de 2020. Actualmente, las fotos que ella guardaba en su delicada caja han adquirido el valor de tesoro familiar, que ha sido distribuido entre sus hijos y nietos. La parte que conservo conmigo acompaña mis fotos pasadas y actuales, y acompañará futuros archivos para seguir contando mi historia y la de mi familia.

 

Referencias bibliográficas

Barthes, Roland 1989. Cámara lúcida. Nota sobre la fotografía. Barcelona: Editorial Paidós.

Bourdieu, Pierre (2003). Un arte medio: ensayo sobre los usos sociales de la fotografía. Barcelona: Gustavo Gili.

Keightley, Emily y Michael Pickering (2014). “Technologies of memory: Practices of remembering in analogue and digital photography”. New Media & Society, vol. 16, núm. 4, pp. 576-593.

Ortiz García, Carmen (2006). “Una lectura antropológica de la fotografía familiar”. En: Pilar Amador Carretero, Jesús Robledano Arillo y Rosario Ruiz Franco (eds.). Cuartas Jornadas Imagen, Cultura y Tecnología. Madrid: Universidad Carlos III, Editorial Archiviana, pp. 153–166. https://e-archivo.uc3m.es/handle/10016/9430.

Rose, Gillian (2010). “How to Look at Family Photographs: Practices, Objects, Subjects and Places”. En: Gillian Rose. Doing Family Photography: The Domestic, the Public and the Politics of Sentiment. London & New York: Routledge, pp. 11–24.

Sandbye, Mette (2014). “Looking at the family photo album: a resumed theoretical discussion of why and how”. En: Journal of Aesthetics & Culture. Vol. 6. http://dx.doi.org/10.3402/jac.v6.25419.

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Autores
Sobre Mercedes Figueroa

Soy antropóloga de formación y cuento con un doctorado en Antropología Social y Cultural, por el LAI – FU Berlin. Mis intereses de investigación incluyen los estudios urbanos y de memoria, la antropología visual y el patrimonio cultural. Actualmente, me desempeño como docente universitaria y gestora de la Revista Desde el Sur.

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