Por Miguel Bellido noviembre 10, 2023

“Fotografío, luego existo”. Cuando Joan Fontcuberta planteó esta idea en su libro La Cámara de Pandora (2010), ya visualizaba el futuro de la fotografía y abría una serie de discusiones sobre el tratamiento de la imagen en tiempos de inteligencia artificial (IA).

En uno de sus ensayos, Fontcuberta invitaba a reflexionar sobre este nuevo modelo para entender los complejos procesos de la fotografía moderna, o lo que él llamaba “la fotografía después de la fotografía”, o sea, la postfotografía. ¿Qué intentaba decirnos Fontcuberta?

Realidades alteradas

En abril de este año, en su concurso anual de fotografía, Sony premió un retrato extraordinario realizado por el alemán Boris Eldagsen. Todo iba bien hasta que Eldagsen rechazó el premio porque la fotografía ganadora había sido creada por IA. En febrero había sucedido lo mismo en Australia: el concurso digiDirect premió una hermosa fotografía de surf supuestamente captada por un drone en un espectacular atardecer. El fotógrafo también rechazó el premio, pues la imagen fue generada por IA.

Estamos en serios problemas si un jurado especializado es incapaz de distinguir entre una imagen realizada por una cámara fotográfica o creada por IA.

Preguntas que me hago como fotógrafo y docente universitario: ¿Qué sucede si una imagen es creada para manipular a las personas? ¿Dónde queda la ética de la imagen? Quiero saber, desde lo ético, dónde empieza y dónde termina todo esto. Reflexiono con mucha preocupación sobre la idea planteada por Fontcuberta y que inspira el título de este texto.

Filtros e identidad

Cómo fotógrafo, me impresiona ver cómo la democratización de la fotografía a partir de las cámaras de los teléfonos móviles y el auge de las redes sociales nos empuja al juego de la identidad. A nivel individual, las redes sociales son una fábrica aspiracional y la IA ayuda en esa construcción.

También me impresionan los filtros y aplicaciones que cambian la apariencia y nos hacen dudar de nuestra capacidad de aceptarnos —como la app Lensa, por ejemplo—, es decir, herramientas que nos separan de la realidad y nos hacen creer que debemos alinearnos a determinados estándares de belleza. Esto influye en nuestra capacidad de aceptarnos y, claro, que nos acepte el resto. No es casual que nuestros selfies cumplan las exigencias que demanda el mercado social. Esta suerte de ficción, o nueva interpretación de nosotros mismos, conlleva a problemas vinculados a nuestra identidad.

Nos hemos convertido en una sociedad panóptica, con unos sistemas de vigilancia extremos impuestos por las redes sociales. Esto ha provocado que cuando publicamos en redes una fotografía de nuestra cotidianidad nos exponemos a sobrevivir o morir a la espera de un like. Ya no pensamos en la pureza de la imagen, en esa poderosa alquimia de luz y sombra con la que se construyen retratos que transmiten emociones y perennidad. La inmediatez se ha vuelto perversa. Ese like provoca una ansiedad nunca antes vista.

Para Fontcuberta, la razón es simple: los espacios de memoria tangibles —como los álbumes familiares— cada vez son menos aceptados porque hoy solo queremos decir al mundo que existimos en este preciso momento. Ahí radica la necesidad de reinterpretar nuestra realidad, ahí radica la razón de publicar compulsivamente lo que hacemos. Sin estos rituales, no existimos.

El futuro acecha

En agosto de este año, estudiantes del Saint George´s College de Lima compartieron en redes sociales fotografías alteradas de doce compañeras suyas. Ellos utilizaron IA para colocar los rostros de sus compañeras —menores de edad, por cierto— en cuerpos desnudos de mujeres. El objetivo: vender ese material.

Esto no es nuevo. A principios de año, usuarios de Reddit usaron IA para “vestir” al Papa Francisco con un abrigo de lujo, lo que provocó confusión en redes. En marzo, el periodista Eliot Higgins usó Midjourney para crear una imagen de Donald Trump siendo arrestado. Ahora bien, la imagen que más polémica originó fue la del presidente ruso Vladimir Putin arrodillado frente a su homólogo chino Xi Jinping.

¿Qué sucederá cuando prácticas de este tipo se conviertan en discursos de poder y se quiera derrocar un gobierno?

¿Qué pasará cuando se pretenda influir en las decisiones electorales de un país mostrando a un candidato en una situación delicada?

¿Qué pasará cuando la foto de una persona inocente se transforme en una foto donde aparezca cometiendo un delito?

La desinformación es fácil de diseminar en países donde las redes sociales ejercen un papel polarizador y donde el público no sabe distinguir lo real de lo falso.

Las implicancias, evidentemente, son peligrosas y hay que pensar en mecanismos de regulación. En ese sentido, el 1 de noviembre se inició en Reino Unido la primera cumbre mundial sobre los riesgos de la IA. Estuvieron presentes voceros de empresas tecnológicas hasta potencias enfrentadas como China y Estados Unidos. El resultado de esta cumbre es una declaración en la que los países participantes se comprometen a impulsar la cooperación internacional para evitar que la IA perjudique a la humanidad.

Los fotógrafos dedicados a la docencia debemos tener claro que el valor de una imagen debe ajustarse a la verdad, sin ningún tipo de manipulación (al menos las imágenes que cuentan las historias de las personas y tienen que ver con sus decisiones).

No niego el uso de ciertas aplicaciones de IA: al contrario, hay que utilizarlas con criterio, sin manipular la realidad. Lo que subrayo es que nuestros estudiantes deben saber que la verdad y la ética están por encima de todas las cosas. Enseñemos la poderosa magia de ver la realidad con bondad y poesía.

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Sobre Miguel Bellido

Fotoperiodista desde hace 27 años. Me especializo en temas de conflictos sociales, guerras y desastres naturales. Tengo una Maestría en Antropología Visual por la PUCP. Comparto mi tiempo entre la docencia y la edición fotográfica de la versión impresa del diario El Comercio.

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