“La vida es corta y si no termino la universidad antes de los 23 años, no encontraré trabajo”, pensé cuando me gradué del colegio a los 17 años y tenía que dar el siguiente paso de mi vida. “No podré comprarme una casa, no me casaré joven y tampoco podré viajar por todo el mundo. Tengo que empezar a estudiar”.

Entonces, como cualquier adolescente que quiere definir su vocación, busqué en Google “¿cuáles son las carreras mejor pagadas en Perú?”

Encontré que, según el Ministerio de Educación, Medicina es una de las carreras con mayor demanda en nuestro país, con un ingreso que oscila entre S/ 3.107 y S/ 6.100.

Como mis padres siempre me dijeron que la carrera que escoja debía ser bien remunerada, mi decisión fue, simplemente, estudiar Medicina.

Lo mejor hubiera sido decir a mis padres que no sabía qué estudiar y, de esta manera, buscar ayuda psicológica. No me atreví. Tenía miedo de decepcionarlos y que supieran que su hija menor, alumna competente en primaria y secundaria, aún no había decidido su futuro, a diferencia de la destacada hermana mayor.

En efecto, mis padres elogiaban a mi hermana mayor por haber ingresado a San Marcos, cuyo examen de admisión es de los más difíciles del país. Yo también anhelaba escuchar esas palabras de reconocimiento, pero, cuando me comparaban con ella, me sentía insegura.

Callé mis dudas. Quería demostrarles que tenía claro mi camino, aunque no era así. La verdad es que no era la única que pasaba por estas situaciones, ya que 8 de cada 10 estudiantes de quinto de secundaria no saben qué carrera estudiar, según un informe del Grupo Educación al Futuro. Es por ello que muchos jóvenes eligen una carrera de manera apresurada, lo cual explica el abandono o cambio de carrera.

Dejé de pensar y decidí prepararme en una academia durante un año y dos meses. Postulé a dos universidades nacionales e ingresé a la carrera de Medicina en 2021, en plena pandemia.

Mis padres se pusieron muy contentos y no tardaron en contarle a toda la familia y amigos. No tenía nada que envidiar a mi hermana (la amo, por si acaso).

Llegué al tercer ciclo de Medicina. Aunque estudiar no me resultaba complicado, sentía una profunda insatisfacción. Rechazaba la idea de dedicarme a algo que no me apasionaba.

Además, la modalidad de clases virtuales me mantenía todo el día en casa, frente a una pantalla, lo que resultaba agotador. Quizás, si hubiera tenido la oportunidad de experimentar Medicina de manera práctica y dinámica, o si no hubiera estudiado en plena cuarentena, mi experiencia habría sido distinta.

Hasta que me sucedió lo peor: caí en un estado de ansiedad y frustración, como muchos adolescentes en pandemia.

En Google ya no buscaba temas de anatomía, histología o fisiología: ahora se trataba de “¿puedo cambiar de carrera a los 20 años?” o “¿cómo le digo a mis padres que quiero cambiarme de carrera?”

Hasta que un día tuve el valor de hablar con mis padres y confesar. Para mi sorpresa, me comprendieron. Fue un alivio.

Sin embargo, se presentó un nuevo desafío: estudiar una nueva carrera a los 20 años, habiendo dejado una en tercer ciclo. Resulta que es un escenario común para jóvenes confundidos. Según Ignacio Colo, el 22% de los universitarios dejan su carrera en los primeros 2 años. En mi caso, a pesar de la incertidumbre, lo único que me importaba era seguir mi vocación.

Ahora bien, ¿cuál era esa vocación? 

Me tomé el tiempo para reflexionar sobre aquello que me hacía feliz.

Durante todo este tiempo, la respuesta había estado frente a mí: las cartas que escribía para mi familia, las historias de misterio que escuchaba de mis abuelos, mi capacidad para interactuar y escuchar a los demás, así como mi creatividad en crear ideas de bromas originales y divertidas. Sin embargo, lo más importante fue mi faceta de reportera y filmmaker que aprendí de mi padre, un fanático de lo audiovisual que grababa todos los eventos familiares con su videocámara. No eran travesuras de infancia: estaba surgiendo mi verdadero yo.

Visité a una psicóloga para recibir orientación vocacional. Después de varias sesiones, comprendí cuáles eran las carreras que se alineaban con mis gustos. La más obvia: Comunicaciones. Aunque había oído hablar de esta, no sabía que abarcaba tanto: redacción, fotografía, diseño, estrategias publicitarias, relaciones públicas, audiovisuales, etcétera. Sí, es más amplia de lo que parece.

Tengo 22 años y estoy a punto de entrar al cuarto ciclo de la carrera de Comunicación y Publicidad. Dejé de pensar tanto y de preocuparme en hacer feliz a los demás. No me arrepiento en absoluto.