En un jardín donde la luz apenas se asoma, un par de perros juegan sin saber que comparten espacio con los no vivos. A pocos metros, más de veinte personas se reúnen bajo el manto de la noche, a las afueras del Museo de Sitio Presbítero Maestro. Se les nota ansiosos por entrar, aunque temerosos de lo que puedan sentir al recorrer los pasillos del cementerio, un lugar donde se respira la esencia de la muerte, la tragedia y la historia de todo aquel que yace ahí por la eternidad.
En el grupo resalta un hombre que luce un suéter rojo con un diseño de osos animados en un paisaje como de caricatura que abarca todo su pecho, unos shorts deportivos color verde oliva, medias rojas con la cara de Mario Bros estampada y botines color marrón. O está atravesando la crisis de los cuarenta o, simplemente, tiene un estilo incomprendido. Lo cierto es que hasta los muertos se sorprenderían con ese look.
El guía lidera el grupo como si fuera maestro de preescolar. Empieza el recorrido contando la historia de aquel cementerio que alberga 766 mausoleos, 300 pabellones, 92 monumentos históricos y 200 mil entierros, de los cuales la mitad son niños. “Chicooos, aquí hay muchas almitas y duendes que de vez en cuando se dejan ver”, dijo el guía. Se escuchan murmullos en el grupo y las linternas prendidas de los celulares combaten la oscuridad.
El grupo se dirige al pabellón San Joaquín, también conocido como el “pabellón de los suicidas”. Un sonido extraño acompaña las palabras del guía. Es un pitido constante que resuena mientras el guía cuenta cómo los pecadores tuvieron un lugar ahí. “Dicen que es el pabellón más fuerte. No les miento, chicoooos”.
Halloween fue hace tres días, pero la tumba de Gregoria Camacho, considerada la “bruja negra del cementerio”, es la única que aún tiene flores en todo el pabellón. El guía ilumina la tumba y se observa el símbolo de calavera marcado en su lecho, flores de colores vivos, una vela pequeña y una cinta negra. Los visitantes la miran con atención y se acercan a tomar fotografías con sus celulares. “No lo vas a creer, pero mi cámara comenzó a fallar”, dijo un joven del grupo.
Más adelante, cerca de la puerta cuatro, se encuentra el mausoleo de la joven limeña Sofía Bergmann de Dreyfus, mandado a hacer en Francia y traído a Perú. Los visitantes se ven impresionados por el gran tamaño y detallado diseño de esta obra en granito y mármol, símbolo de un amor trágico: Sofía falleció por tuberculosis en París en 1871 y su esposo, el empresario francés Auguste Dreyfuss, le dedicó esta tumba. Para ser rigurosos, el mausoleo es un cenotafio, pues el cuerpo de la mujer no pudo ser repatriado.
El guía cuenta que las personas solían trepar las paredes del cementerio para ingresar sin permiso en la noche y dar rienda suelta a sus creencias, cultos y adoraciones de todo tipo. Ahora, ya no se escabullen para entrar.
Pasada una hora de recorrido, el grupo luce cansado. “Me duelen los pies”, se queja una joven mientras estira las piernas. Ya no se respira el temor inicial y los ojos parecen haberse acostumbrado a la oscuridad. El grupo está dispersado y cada quien observa esculturas por su cuenta. Aun así, persiste cierta prudencia sobrenatural. “¡Apúrate que nos vamos a perder!”, gritó una chica a su pareja.
Más adelante se observan las tumbas de dos hermanitos. Llaman la atención las fotografías de cada uno tomadas post mortem. Los visitantes se acercan a tomar fotos o para ver con más detalle las curiosas fotografías. Un joven abre GhostTube en su celular -aplicación que supuestamente detecta energías y frecuencias paranormales- y se mueve como un niño jugando Pokémon GO.
Al cruzar la llamada Avenida de la Muerte, donde restos de escritores y presidentes descansan eternamente, se aprecian las esculturas de ángeles. Sus dedos han sido robados por brujos para, según sus creencias, hacer pedidos más fuertes. En camino al templete que protege a la escultura del Cristo Yacente, el grupo atraviesa por otro pabellón de niños olvidados. Cada nicho tenía un pequeño ramo de flores de distintos colores, como arco iris de primavera.
A la izquierda, el grupo observa la estatua del “niño Ricardito”, el menor de edad más famosos del cementerio, rodeado de docenas de placas de agradecimiento y papelitos doblados con los deseos de sus devotos creyentes. Ricardito es conocido por cumplir deseos y su cumpleaños se celebra como si fuera un santo. Si el grupo se sorprendió por la cantidad de flores que tenía su estatua, se sorprendieron aun más cuando el guía dijo que todas las flores que vieron en el pabellón de los niños olvidados fueron dejadas inicialmente en la tumba de Ricardito.
Los visitantes se dirigen hacia la Cripta de los Héroes, monumento que alberga a los héroes de la Guerra del Pacífico y otros héroes nacionales. Era visible desde inicio del recorrido, pero al estar cerca impresiona por su gran tamaño y diseño arquitectónico. Luego de observar el interior, las personas se toman fotografías.
El grupo atraviesa pabellones con tumbas más anchas y largas de lo normal. El guía explica que se crearon especialmente para personas altas o con sobrepeso. A una pareja de enamorados le llama la atención una tumba vacía. “No hay ni un alma”, bromea un joven.
El recorrido termina donde todo comenzó. Antes de salir, todos zapatean para evitar llevarse algún espíritu a sus casas. La verdad es que el recorrido fue tranquilo, pues no se oyó ni vio algo fuera de lo normal. “Antes ocurrían muchas cosas, pero ahora todo se ha calmado”, comentó el guía. Tal vez, las almas se cansaron de nosotros.
Sobre Ángela Belén Roldán
Estudiante de la carrera de Comunicación y Publicidad. Tengo interés por la producción audiovisual y redacción publicitaria. Me gusta viajar, tomar fotografías, escuchar música de distintos géneros y participar en voluntariados, especialmente, en albergues para perros.
Un lugar muy interesante.
Voy a ir, pero primero de día.
Entonces ese mausoleo a la muerte tiene más historia que la propia vida.