Por Kery Delgadillo octubre 10, 2023

“Ese día, por primera vez en la historia de mi vida, sentí un retorcijón en la panza al saber que mi abuela iba a estar ahí. Sentí vergüenza. Vergüenza de que la escucharan hablar. Vergüenza de sentirme descubierta. Vergüenza de que todos se dieran cuenta de soy de una familia de serranos. Vergüenza de mi abuela”. Esta poderosa revelación corresponde a Alessandra Yupanqui, exitosa creadora de contenido que fue invitada a hablar sobre racismo e identidad en el TEDxUCAL de 2022. En este momento de su ponencia, estaba hablando sobre su abuela y la vez que fue a verla en una actuación escolar. “Vergüenza de sentirme descubierta”. Un miedo habitual en personas racializadas en Perú.

Alessandra ya no es esa niña, como bien contó en dicha charla. Con más de 156 mil seguidores en TikTok, Alessandra difunde mensajes basados en la aceptación de sus raíces andinas y la construcción de una identidad empoderada. Por ejemplo, un video suyo muy viralizado en Instagram fue aquel en el que contó por qué eligió usar el apellido Yupanqui y no Guzmán, su apellido paterno. “Resulta que los padres de mi abuelo fueron Antonia Ascarza (ayacuchana) y Adrian YUPANQUI (huancavelicano), pero a mi bisabuela no le gustó la idea de inscribir a mi abuelo como ROQUE YUPANQUI ASCARZA, era tal vez un apellido demasiado andino para su gusto, así que decidió inscribirlo como ROQUE GUZMAN ASCARZA. Así fue como el apellido Guzman llegó hasta mí”, escribió en noviembre de 2021.

Esta conversación ocurrió en junio de 2023.

 

¿Alguna vez pensaste en llegar tan lejos gracias a un video de Tik Tok?

No, la verdad es que me tomó por sorpresa este fenómeno de la viralidad. Aunque cabe mencionar que antes de empezar a hacer contenido en redes sociales, trabajaba como diseñadora gráfica en una agencia y tenía una noción del mundo digital e hice un plan. Dirigí mis acciones a comunicar el mensaje que quería brindar. En Lima, a pesar de ser una ciudad mayoritariamente de gente andina, había mucha discriminación. Mi abuela emigró a Lima desde Pallpa Pallpa, una comunidad en Cusco. Ella vivió en carne propia las consecuencias del racismo y el clasismo. Entonces, era una época en la que sentí que, tal vez, si contaba mi experiencia o mi punto de vista, podía ser algo.

Muchas personas se avergüenzan de sus orígenes. ¿Cómo nace el interés por reforzar sus raíces?

A partir de una catarsis personal. Cuando tenía 15 años, mi autoestima era bajísima. Me sentía la más fea de toda mi promoción. Además, era muy delgadita, pesaba como treinta y pico de kilos y todo el mundo estaba en esa etapa en la que empieza el desarrollo. “¿Cuándo me tocará?”, me preguntaba. “Ay, qué fea soy. Soy fea por mi varicela, soy fea por mi color de piel”, decía al mirarme al espejo. Me sentía fea por mi fenotipo. “Creo que soy fea por ser serrana”. Años después, me di cuenta de que me había apropiado de un discurso que no era cierto, pues la belleza es una cuestión relativa. Supe que no ganaba nada rechazando algo que, según yo, no era el modelo de desarrollo que quería para mí, sino que, al contrario, ganaba integrando todas mis capas. No pierde quien integra, sino pierde quien excluye.

¿Qué opinas acerca de los padres que, sabiendo que está mal discriminar, dejan que sus hijos actúen de manera despectiva hacia personas andinas?

Los papás son de otra generación y la responsabilidad es de esta generación: hay que educar desde el respeto, amor y cariño. He sido de las que llega a la mesa y se pelea con su mamá, pero no sirve. Más bien, solo logras que tus papás sientan que es una cuestión personal, que estás juzgándolos y no a la forma en la que se expresan. Personas mayores

que tengo a mi lado se han dado cuenta de que hay cosas que ya no se dicen y que, caramba, estamos en pleno 2023 y que uno debe pensar dos veces antes de hablar.

¿Cómo te sentiste cuando te convocaron para TEDxUCAL? ¿En qué te inspiraste para contar la historia de tu abuela?

Tenía a mi abuela ahí sentada y yo iba a decir que alguna vez me avergoncé de ella. Uf, cómo me ganó la emoción, me ganaron los nervios. Recuerdo que hacia el final dije: «Yo no quiero que la gente tenga el mismo conflicto que yo. Que la gente [que] haga esta reflexión sobre temas de racismo o de clasismo, no se quede en la narrativa de víctimas y victimarios”. También he escuchado a mi abuela decir cosas racistas y clasistas, siendo ella una mujer de comunidad quechuahablante. Está bien que seas las dos cosas. Está bien que te guste Taylor Swift y está bien que te guste Condemayta de Acomayo. Está bien que bailes perreo y está bien que bailes un huayno.

De acuerdo.

Hace unos meses hice un retiro de silencio de diez días en el que te quedas callada por diez días, sin internet, nada. Mi conclusión después de todos esos días fue que no soy nada. Trato de no contar lo mismo que contaba en un inicio, sino avanzar en el discurso y mostrando otras cosas que hagan que la gente reflexione.

Fuiste nominada a los Premios Luces.

Fue rarísimo porque estaba en el aeropuerto regresándome de Cusco a Lima. Entré a Internet y vi que me habían nominado. Fue una sorpresa y gran gusto porque tal vez no se nota, pero hay un esfuerzo sostenido por hacer un trabajo en digital. No es que un día uno se levante y diga “se me ocurrió una idea, voy a hacer un video”. Tener un trabajo de estos requiere disciplina. En mi caso, hay un esfuerzo sostenido de tres personas para lograr que los mensajes que se transmiten mediante la cuenta de Alessandra Yupanqui lleguen a muchas personas. No gané un premio finalmente, pero estoy contenta por la consideración.

¿Pensaste tener tanta llegada al público y ver que personas como tú se sienten orgullosos de sus raíces andinas?

La primera vez que un video mío alcanzó la viralidad me pasé como una semana solo leyendo comentarios. Decía “wow, esto no solo pasa en Perú” porque había gente que me decía que era de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia. Entonces dije: “¡Caray! Hay mucha gente que de repente se identificó, le da curiosidad los temas de los que yo hablo, que son de otras partes de Latinoamérica”.

¿Cómo nació la idea conocer la cultura peruana a fondo?

Hace poco tuve la oportunidad de ir a la festividad del Señor de Qoyllu Rit’i en Ocongante, Cusco. Es la que más me ha impactado. La gente llega cargando en su yicya ollas, leña, ropa. Van a ver al Taytacha Qoyllu Rit’i, que es una imagen de Cristo pintado en una piedra. La gente lleva las danzas de sus pueblos y es como si el tiempo no hubiera avanzado en los últimos 500 años. Es una fiesta en la que es muy evidente el sincretismo. Es muy probable que esta piedra, en donde está pintado un Cristo, haya sido en el pasado una huaca. Hay relatos de cronistas españoles que cuentan que han escuchado la voz de una huaca y se han quedado perplejos. Un señor con un cargo súper importante nos comentó que un sacerdote le dijo esto: “Ustedes son muy completos porque tienen su devoción puesta en el Señor, pero también tienen su devoción puesta en las montañas, en la luna, en el sol y en la tierra”. Es muy completo el respeto que se tiene por lo que te rodea, por lo que te da vida.

¿Por qué dejaste Lima para irte a vivir al campo?

Tenía el anhelo de independizarme algún día y tener una casita a mi gusto. Así que pensé que Cusco sería un buen lugar. Puedo reforzar mi quechua con mis vecinos, me gusta el paisaje que tengo. Un vecino tiene una chacra de habas y hay maíz. Me dice “coge maíz cuando quieras”. Yo feliz. ¡Ah! Debo decir que extraño Lima y su comida. Quisiera tener una casita en Lima porque me gusta la ciudad, pero también me gusta mi campo y he elegido vivir aquí porque me encanta, tengo internet y todo para trabajar. Mi novio y yo tenemos un trabajo paralelo y secreto que tiene que ver con seguridad alimentaria.

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