
Hay canciones que no envejecen y que, aunque pasen los años, siguen diciendo verdades. El arriero, escrita por Atahualpa Yupanqui en 1944, es una de ellas.
Con solo una guitarra y su voz, Yupanqui habló de algo que aún hoy, en pleno 2025, nos toca a todos: la injusticia que viven los que más trabajan y menos reciben.
La frase “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas” resume de forma simple lo que mucha gente siente. Trabajas, te esfuerzas, cargas con todo, pero lo ganado se lo lleva otro. Eso pasaba antes y pasa ahora, quizás incluso peor.
Según un informe de Oxfam de 2023, las diez personas más ricas del mundo tienen la misma plata que 3700 millones de personas juntas. La canción de Yupanqui no ha perdido sentido, al contrario, duele más.
Yupanqui no da nombres, pero se entiende que su crítica va contra los poderosos, aquellos que acumulan y no reparten, contra un sistema que desde siempre trata mal al que viene de abajo. Él usó su arte para decir lo que muchos callaban.
La música es sencilla, lenta, sin adornos. Acompaña el ritmo de la vida del arriero, ese hombre que camina y camina guiando ganado, pero también cargando sus penas. No es una canción triste, sino sincera.
Y aunque habla de Argentina rural, se entiende en cualquier parte. En Perú, por ejemplo, hay muchas historias parecidas. En San Pedro de Lloc, mi abuelo Tomás Medina trabajó como agricultor toda su vida. Siempre me repetía con tristeza: “Somos los que menos ayuda recibimos”. Estas historias muestran que la frase de Yupanqui “La penas son de nosotros…las vaquitas son ajenas” no suena a historia antigua, sino a testimonio diario.
Mi tía Jessica León, agrónoma que vive en Ayacucho, me contó que escuchó El arriero mientras trabajaba con productores del campo. “Sentí que hablaba de mi abuelo. Él sembraba desde las 5 de la mañana y, al final del día, lo que ganaba no le alcanzaba ni para un saco de arroz. Esa canción lo cuenta tal cual”, me dijo.
Gerardo Huamaní, 70 años, quien decía cada vez que cosechaba: “No puedes tener un día de cosecha si no has sembrado nada”.
También está el caso de María, productora de café en Cusco, que todos los días sube y baja cerros llevando su carga. Y cuando la vende, el precio lo pone otro. Le pagan poco y sin garantías. Me hizo pensar que “uno trabaja por amor a la tierra, pero con eso no se llena la olla”.
El arriero es eso: una canción para todos los que caminan sin descanso, sin aplausos, sin sueldo justo. Una canción para los que siguen adelante, aunque todo esté cuesta arriba. Por eso, hoy sigue tan vigente como antes porque la injusticia sigue siendo la misma.
Yupanqui dijo una vez: “no le canto al cantor que se compra por dinero. Le canto a los que sostienen la patria desde el silencio”. Esa frase lo resume todo.
El arriero no está de moda: está viva. Y mientras el mundo sea tan desigual, esa voz seguirá sonando.

Sobre Carla Nomberto
Estudiante de la carrera de Comunicación y Publicidad. Me gusta conocer y aprender cada parte por más pequeña que sea. En mis tiempos libres leo, escribo y escucho música de instrumentos para relajarme.