En los últimos años, cada 12 de octubre se abre un debate en relación con el monumento de Cristóbal Colón ubicado en el centro de la capital peruana. ¿Debe permanecer la estatua del genovés —quien llegó en 1492 a tierras americanas— en un espacio público? ¿Qué significado tiene recordar a este personaje para los pueblos indígenas? ¿Qué se conmemora cada 12 de octubre?
Los valores y la legitimidad de las estatuas cambian con el tiempo. Y nuevas generaciones pueden ser desde indiferentes hasta opuestas al hecho de exhibirlas públicamente
Como en muchos otros países del mundo, las estatuas de personajes que colonizaron diversos territorios en el mundo han pasado de ser vistas como símbolos de identidad, a ser criticados y juzgados por su responsabilidad histórica. Para un sector de la sociedad, tener estas esculturas es un recordatorio de la desigualdad y el genocidio que produjeron estos personajes y que aún deja rezagos en nuestro día a día.
El origen de los monumentos históricos radica en Europa occidental, lugar en el que se solía construir y retratar distintos personajes y acontecimientos con fines conmemorativos. Progresivamente, fueron expandiéndose hacia otras civilizaciones adaptándose al estilo de cada cultura. En 1860, Ramón Castilla decidió elogiar a Colón mediante la construcción de una estatua: la escultura en mármol de 3 metros de altura fue trasladada en 1906 al Paseo Colón desde donde hoy se debate hacia donde se debe dirigir su mirada.
Para el historiador José Ragas, el debate sobre los monumentos involucra “atributos de valor estético, social y artístico”. En el caso de Colón, por ejemplo, su llegada a América significó para muchos, el comienzo de la modernidad reflejado en el avance de la tecnología, la religión como portadora de civilización y el progreso de la humanidad. Su hechura representa al navegante genovés sosteniendo una cruz con actitud de protección y orgullo. Sentada en su lado derecho, hay una mujer indígena desnuda que simboliza a una américa descubierta. En este contexto, Ragas destaca que “Los valores y la legitimidad de las estatuas cambian con el tiempo. Y nuevas generaciones pueden ser desde indiferentes hasta opuestas al hecho de exhibirlas públicamente”
Para la historiadora del arte Leslie Tucno, la importancia de repensar la función de las estatuas se enmarca en un contexto de crítica abierta: “Los monumentos están hechos bajo un discurso de un momento determinado, representan un tema y muchas veces tienen un valor estético, son un legado de las generaciones pasadas y, como toda herencia, no siempre nos gusta lo que nos toca”, menciona.
En la actualidad, los ciudadanos comienzan a buscar nuevos héroes, que estén comprometidos y reflejen los valores que ellos y ellas comparten. En ese sentido, destruyen los objetos que representan significados contrarios a lo que proclaman. Por ejemplo, en Chile, los ciudadanos removieron parte del monumento de Pedro de Valdivia, fundador de Santiago y uno de los líderes de la conquista española. El monumento se convirtió en un objeto de protesta ciudadana.
En Estados Unidos, durante las protestas contra el asesinato de George Floyd —#BlackLivesMatter—, la ciudadanía derribó el legado de un esclavista británico cuya labor era manejar un monopolio de esclavos que eran repartidos, como objetos, a diferentes partes del mundo. Quienes lideraban el movimiento no sólo derribaron la estatua de este personaje, sino que, posteriormente la arrastraron hasta arrojarla en un muelle, donde finalmente sintieron que cumplían su propósito: desaparecerla.
¿Cómo reacciona el Perú ante ese contexto? En las redes sociales, muchos cibernautas debaten acerca del paradero de esta estatua. Para algunos, la solución radica en destruir el monumento; para otros, debe replantearse el lugar en el que se encuentra. “El monumento nos da la lectura de un siglo al que ya no pertenecemos. Moverlo a un museo sería ideal para mostrar otro tipo de visión del pasado”, menciona la historiadora Alejandra Bernedo.
Las redes también hablan
Las redes sociales fueron clave para difundir perspectivas diferentes respecto al tema. Posiciones a favor y en contra fueron rápidamente difundidas. Mensajes como “saquemos a Colón” y “Colón debe ir al museo” se replicaron en redes como Facebook y Twitter. En este contexto, una de las críticas más llamativas fue hacia la labor de la Municipalidad de Lima en relación con su plan de restauración de las estatuas de todo el Centro Histórico de Lima.
Alejandra Bernedo refiere que los debates en redes sociales “son tendencias temporales. Estas plataformas sirven de refuerzo y apoyo para el movimiento en las calles”. En ese sentido, “las autoridades pueden reaccionar a ellas en el momento para después desentenderse”, comenta.
Según la historiadora Leslie Tucno “Las redes nos permiten realizar acciones más simbólicas, sin embargo, los movimientos sociales y marchas por cambiar nuestra historia nos permitirán reforzar el imaginario colectivo que lucha por un nuevo sistema”.
El debate entre las posiciones en pro de la mantención de estos monumentos y las que promueven su retiro se enmarca en una gran celebración en el Perú: el bicentenario de la independencia. Este contexto debe permitir el debate amplio acerca de qué elementos definen nuestra identidad y qué imágenes queremos ver en nuestras calles.
Las redes nos permiten realizar acciones más simbólicas, sin embargo, los movimientos sociales y marchas por cambiar nuestra historia nos permitirán reforzar el imaginario colectivo que lucha por un nuevo sistema
El historiador José Ragas comenta que “En la medida en que entendamos mejor determinadas coyunturas y problemáticas informándonos a través de diversos medios, nuestras decisiones (sobre si derribar, preservar o enviar una estatua a un museo) podrán ser mejor argumentadas y más sólidas”.
En el proceso de celebración de nuestros 200 años de independencia, las preguntas sobre nuestra identidad han vuelto a ponerse en el tapete: ¿quiénes somos? ¿Qué nos define históricamente como peruanos? ¿Qué héroes y precursores deben conmemorar la historia del Perú? Para las nuevas generaciones, la ruptura con el pasado colonial debe quedar sepultada. Así, si bien los monumentos rememoran una parte de nuestra historia, para la generación del bicentenario, muchas estatuas deberían ser ahora solo parte del pasado. Como Colón, diversos personajes empiezan a ser criticados como parte de nuestra narrativa como país, una nación que encuentra en la ruptura con el pasado su propia historia.
Sobre Valeria Aguilar
Comunicadora, amante del diseño gráfico y periodista en formación. Fiel creyente en que los espacios digitales le permiten a los jóvenes tener voz y dársela a quienes no pueden ser escuchados.
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