No soy una apasionada de las obras del tan admirado Mario Vargas Llosa. “¡Cómo no te va a gustar Vargas Llosa! Nuestro máximo representante de la literatura peruana y el Premio Nobel de Literatura”, es un comentario que suelo escuchar a menudo.
La última persona que me dijo algo así fue Juan, un allegado de la familia. Ardida por el comentario, le pregunté: “Además de Vargas Llosa, ¿conoce a otro escritor peruano con el que pueda compararlo para decir que es nuestro máximo representante?”. El silencio invadió el ambiente y enterró a Juan en su soberbia.
Este tipo de encuentros no me hacen cuestionar el talento de Vargas Llosa, sino entender por qué los peruanos olvidamos con facilidad a otros grandes representantes. Esta columna no busca hablar de por qué no me gusta Vargas Llosa, sino mostrar que la literatura peruana es más que un Nobel: es nuestra historia, nuestra realidad y nuestra gente.
Hay otros escritores peruanos para leer.
Por ejemplo, José María Arguedas, quien es para mí uno de los más representativos del país. En sus obras, el indigenismo y la identidad cobran voz propia, marcada por la ausencia materna y el desarraigo.
Julio Ramón Ribeyro es mi favorito. El realismo y la crudeza con la que retrata la vida de los peruanos, sobre todo la de los más desafortunados, es abrumadora. Alfredo Bryce Echenique lo describió una vez como “el escritor más injustamente excluido del festín del Boom Latinoamericano”. No se equivoca.
Está Alonso Cueto, formado por figuras como Vargas Llosa, Arguedas o Bryce. En La hora azul, su novela cumbre, retrata el horror del misterio y la guerra con una sensibilidad que lastima y, en mi caso, me traslada hasta lugares impensables. En La Perricholi demuestra que la historia y la ficción pueden convivir con estilo propio.
Ahora bien, nuestras letras no se limitan a unos nombres ni a una sola época. Desde los cronistas hasta los novelistas contemporáneos, el recorrido es vasto y variado. En el siglo XIX, el romanticismo costumbrista, reflejo fiel de nuestra sociedad. Ricardo Palma, con sus Tradiciones peruanas, fue el primero en darnos una mirada irónica de lo que somos. Y Manuel González Prada, quien llevó la estética modernista a terrenos sociales con obras como Pájinas libres.
Cómo dejar fuera al fundador del cuento contemporáneo peruano: Abraham Valdelomar. El caballero Carmelo, Los ojos de Judas o Hebaristo, el sauce que murió de amor son cuentos que navegan entre el realismo y la fantasía.
César Vallejo, imposible de encasillar, que hizo de la poesía una forma de protesta, amor y existencia.
Puede que Vargas Llosa haya sido un escritor e intelectual excepcional, pero no es ni debería ser el único representante de la literatura peruana. Decir eso es reducir siglos de historia literaria a un solo nombre, y eso, perdónenme, es tan atrevido como ignorante.
Así como somos un país pluricultural, me atrevo a decir que nuestra literatura también lo es si de géneros hablamos. Poesía, ensayo, teatro, crónica, cuento, novela y hasta literatura religiosa. Escribiendo estas palabras me pongo a pensar en cómo hay tanto que desaprovechamos, tanto como el Perú.
A pesar de todo lo mencionado, entiendo por qué muchos siguen viendo a Vargas Llosa como la máxima figura literaria, comenzando por el hecho de que no cualquiera gana un Nobel ni mantiene una carrera tan prolífica. Aunque mi gusto personal no lo favorezca, negar su influencia sería una necedad.
Santiago Roncagliolo, escritor y guionista peruano, lo resumió con precisión en una entrevista para el diario Perú21: “Mario Vargas Llosa es más grande que la realidad”.
Según Roncagliolo, el autor de Conversación en La Catedral no solo escribió novelas, sino que fue capaz de vivir dentro de una (o muchas). Fue muy amado, odiado y admirado por igual. Y sí, puede que Vargas Llosa haya sido un escritor e intelectual excepcional, pero no es ni debería ser el único representante de la literatura peruana. Decir eso es reducir siglos de historia literaria a un solo nombre, y eso, perdónenme, es tan atrevido como ignorante.
La literatura es un reflejo vivo de nuestro país, de sus heridas, sus contradicciones, sus pasiones y su belleza. En las páginas de cada escritor que mencioné, y los que faltaron también, encontramos al Perú que fuimos, al que somos y al que podríamos llegar a ser.
La próxima vez que alguien te diga que leer a Vargas Llosa te hace conocedor supremo de nuestra literatura, recuérdale que en este país hubo y hay muchas voces. Voces que escriben desde los andes, lo profundo de la selva o heridas que todavía no logramos sanar, que no tienen Nobel, pero sí mucha verdad escondida entre las palabras.
Sobre Fabiana Arbaiza
Estudiante de Comunicación y Publicidad.






