Por Cristina Valentina Aybar diciembre 08, 2025

Evitamos las noticias porque quién quiere terminar el día viendo asesinatos, robos o corrupción. En TikTok pasa lo mismo: apenas aparece un video de política lo scrolleamos hasta llegar al entretenimiento fácil. Preferimos no saber lo que ocurre en el mundo porque, seamos honestos, resulta más cómodo ignorar tanta negatividad.

Ese “escape” parece inocente, incluso necesario para cuidar la salud mental. Sin embargo, Reuters Institute señala que entre 2015 y 2024 el compromiso con las noticias online ha caído, sobre todo entre los jóvenes (en el grupo de 18 a 24 años el consumo semanal bajó 13%). Entonces, lo que empieza como evasión termina en indiferencia.

Esa indiferencia golpea con fuerza al periodismo. Mientras los reporteros investigan bajo amenazas, gran parte de la ciudadanía se desconecta. Ese distanciamiento se refleja en una práctica cada vez más común entre los jóvenes: el doomscrolling. Según Harvard Health Publishing, ocurre cuando despiertas y lo primero que haces es tomar el teléfono para desplazarte frenéticamente entre titulares y contenidos digitales.

Pasar horas deslizando titulares trágicos no es consumir periodismo. Como advierte The Saturday Evening Post, las redes funcionan como “máquinas de la miseria”, pues nos enganchan con negatividad y nos hacen creer informados, cuando en realidad nos vuelven pasivos. El periodismo serio, mientras tanto, queda en silencio.

Esa indiferencia es aún más peligrosa ante proyectos como la Ley Mordaza, que busca limitar la investigación periodística. Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros, señala que esta norma está “dirigida no sólo a reprimir y controlar a la prensa, sino también a eliminar el periodismo de investigación independiente”. Cuando la sociedad mira hacia otro lado, la censura se vuelve más fácil.

La generación Z parece cerrar aún más las ventanas de atención. De acuerdo con un estudio global de Yahoo y OMD Worldwide, la Generación Z mantiene el foco apenes 1,3 segundos ante un contenido digital, la cifra más baja entre todos los grupos demográficos. Aunque aseguran estar saturados de noticias, caen en un ciclo vicioso: leen un titular, se indignan por segundos y pasan al siguiente post.

Esa dinámica no refleja verdadero interés ciudadano, sino una anestesia emocional que refuerza la indiferencia bajo frases como “todos los medios son vendidos”. Cuando el doomscrolling sustituye al periodismo, se abre la puerta a que políticos y empresas controlen el relato.

Si nadie lee investigaciones ni mantiene la indignación, ¿quién va a exigir justicia por los periodistas que arriesgan su vida? Entre enero a julio de 2025 la Asociación Nacional de Periodistas, reportó 180 ataques a periodístas en todo el país, incluyendo el asesinato de dos de ellos*.

Es cierto que las aplicaciones digitales están hechas para hiperfijar nuestra atención. Pero, como planteó el Periódico Universitario de Baylor en Texas: “¿y si el problema no es el doomscrolling? ¿y si eres tú?”. La responsabilidad no recae solo en el algoritmo, sino también en quienes prefieren quedarse en el titular antes que leer la investigación. Esa indiferencia no es inofensiva. En Perú, periodistas como Raúl Celis en Iquitos y Gastón Medina en Ica fueron asesinados tras denunciar corrupción, y gran parte del público reaccionó con silencio.

El riesgo de callar es evidente. El País de España recordó que Manuel Chaves Nogales, testigo de guerras, escribió que Francia cayó bajo el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial porque sus ciudadanos fueron indiferentes. Casi un siglo después, esa advertencia sigue vigente.

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Rafael Rodríguez, presidente de la Asociación de la Prensa de Sevilla, dijo que vivimos bajo una dictadura de la desinformación digital, donde algoritmos fabrican odio y mentira mientras la ciudadanía permanece distraída. Lo cierto es que la integridad periodística sólo sobrevive cuando hay ciudadanos dispuestos a defenderla. En medio de todo, aún hay intentos por devolverle la voz a quienes la arriesgan.

Un ejemplo es el TikTok de 100.pe, donde muestran el caso de Manuel Calloquispe, periodista ambiental premiado por denunciar la minería ilegal en Madre de Dios y recientemente amenazado por  mafias. El video tuvo gran interacción y mostró que aún existe interés por el periodismo. El reto es mantener viva esa atención y no dejar que se pierda en la indiferencia.

*Nota del editor: esta columna se escribió en octubre en 2025. Dos meses después, en diciembre, asesinaron a un periodista peruano más, Fernando Núñez.
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Sobre Cristina Valentina Aybar

Estudiante de Comunicación y Publicidad.

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