Son seis de la mañana y el muelle de Pucusana está lleno de gente. La neblina es densa, el frío es intenso y el mar se mueve con fuerza, pero todo ello no parece afectar a los pescadores que están en el lugar, quienes visten ropas ligeras y mojadas debido a la naturaleza de su trabajo. Ese día en particular, la actividad es intensa. En la orilla se divisa una fila de botes que llegan y se van. Es un buen día, dicen, ya que hay pota en abundancia, algo que no veían desde hace más de dos décadas.
En medio de ese bullicio se encuentra Alfredo, pescador artesanal que lleva más de treinta años saliendo al mar. Aprendió a pescar de niño, gracias a su padre, quien lo llevaba con él cuando apenas iba al colegio. Alfredo tiene su propio bote, pequeño y modesto, pero resistente. Es la única herramienta de trabajo que le permite mantener a su familia, a pesar de que el mar está cada vez más vacío debido a la pesca industrial indiscriminada.
Estar dentro de un bote con la marea alta es una prueba de fuerza, y el estómago de quien no está acostumbrado se revuelve pronto. Alfredo no parece notarlo. Mientras prepara los anzuelos y acomoda la carnada, cuenta cómo la pesca artesanal es, además de su sustento, una forma de vida que tiene reglas muy importantes. Por ejemplo, aquí no se arrasa: se escoge lo que se lleva. Los peces pequeños, en edad de crecer o reproducirse, se devuelven al mar.
Pero no todos siguen esas reglas. Desde hace años, los pescadores de Pucusana denuncian la presencia de embarcaciones industriales que entran en las cinco millas marinas que, por ley, están reservadas a la pesca artesanal. Estos barcos operan sin mayor control, con redes inmensas y equipos tecnológicos que arrasan con todo a su paso. Para Alfredo y otros pescadores, eso significa volver a casa con las manos vacías. Cuenta que uno de sus mejores recuerdos, es cuando el pejerrey era abundante en la zona. Hoy es muy escaso y no solamente el pejerrey, sino varias especies más.
A la falta de recursos naturales se suma el peligro. Alfredo reconoce que, muchas veces, al salir al mar, no sabe si podrá regresar. Las condiciones pueden cambiar en cualquier momento y no siempre reciben apoyo. En los últimos años, varios pescadores han desaparecido sin que se activaran protocolos de rescate. La solidaridad entre colegas también se ha debilitado. Sorprendentemente, algunos evitan acudir al llamado de auxilio de otros solo por no gastar gasolina.
Aun así, Alfredo y cientos de pescadores de Pucusana continúan saliendo al mar cada día. Lo hacen sin garantías, con embarcaciones pequeñas, sin seguridad y con barcos que los triplican en tamaño. A pesar de las dificultades, se aferran a su oficio y una forma de pesca que busca sostenerse sin depredar los mares. Claro que la incertidumbre es constante, pero no tienen otra opción.

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