Por Isau Alva junio 28, 2025

Desde pequeño aprendí a modificar mis gestos, mi forma de hablar y a ocultar partes de mí por miedo al rechazo.

Ese temor comenzó en el colegio, donde cualquier señal de feminidad era motivo de burlas o aislamiento, me hacía sentir que no encajaba y que ser yo estaba mal. Con el tiempo, ese miedo no desapareció: lo llevo conmigo en el transporte público, cuando las miradas se vuelven incómodas, y en la calle, donde a veces escucho comentarios que no necesito para saber que no encajo. A veces, no hace falta una palabra. Basta una mirada o una risa lejana para hacerte sentir menos. Es difícil caminar tranquilo cuando ser uno mismo sigue siendo motivo para que te juzguen sin conocerte.

No soy el único que vive con miedo. Según la Primera Encuesta Virtual para Personas de la comunidad LGTBI del INEI, el 56.5 % de esta población siente temor de expresar su orientación sexual o identidad de género. El motivo principal es el miedo a ser discriminado o agredido (72.5 %). Esa violencia adopta muchas formas: exclusión laboral, acoso escolar, amenazas e incluso agresiones físicas. El silencio del Estado convierte la impunidad en el mensaje más claro.

De acuerdo con la misma encuesta, solo el 28.7 % de jóvenes de la población LGTBI conoce instituciones privadas que defienden sus derechos, como el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) o Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos (PROMSEX). Por eso, solemos confiar más en ellas que en el Estado.

En Perú, aún no existe una ley que reconozca la identidad de género ni que legalice la unión civil entre personas del mismo sexo. La Defensoría del Pueblo ha señalado que no hay leyes ni políticas claras que protejan verdaderamente los derechos de la comunidad LGBTI.

Como consecuencia, muchas personas siguen expuestas a la discriminación y la violencia. Entre 2012 y mayo de 2021, el Ministerio Público registró 84 denuncias por muertes violentas de personas que, según los casos, pertenecían a esta comunidad. La mayoría de estas denuncias no llegaron a juicio.

La vulnerabilidad trans en Perú pasa desapercibida: con un promedio de vida de tan solo 35 años, el 95.8 % de las mujeres trans han sufrido violencia y, debido a la falta de empleo, el 62.2 % recurre al trabajo sexual como única opción para sobrevivir. Solo el 5.1 % ha terminado la secundaria. Muchas personas trans son expulsadas de sus hogares y enfrentan violencia diaria en las calles.

En 2023, Rubí Ferrer, activista trans que ejercía el trabajo sexual en Jirón Zepita, fue secuestrada por la banda criminal “Los Gallegos” por no pagarles un cupo semanal. La llevaron a Carabayllo y la asesinaron a tiros. El crimen fue grabado y difundido en redes sociales, causando indignación y mostrando la violencia que enfrenta la comunidad LGBTI en el país.

Aunque hay avances en aceptación, no siempre se reflejan en la vida cotidiana. La presencia de miembros de la comunidad LGBTI en los medios de comunicación o en redes sociales no implica, necesariamente, que la discriminación y la violencia hayan desaparecido.

La discriminación sigue siendo un problema grave en el trabajo y la escuela.Si bien se han notado ciertos cambios, la exclusión sigue siendo parte del día a día para quienes, como yo, pertenecemos a esta comunidad.

Por lo tanto, aunque existen señales de progreso, la lucha contra la discriminación y la violencia hacia la comunidad LGBTI está lejos de terminar. Las leyes y medidas del Estado siguen siendo insuficientes para protegernos, y muchas personas siguen enfrentando prejuicios sin justicia ni apoyo.

Un ejemplo de ello fue la denuncia de Susel Paredes: “Hoy, la enviada de Willax me preguntó si me siento hombre y me mandó al baño de hombres”. Casos como este evidencian que, a pesar de los avances legales, el respeto en la vida diaria sigue sin estar asegurado.

Cada año, la marcha del orgullo nos recuerda que seguimos aquí, existiendo y resistiendo. Pero no basta con llenar las calles un solo día. Queremos respeto todos los días, en cada espacio. No se trata solo de abrir mentes, sino de reconocernos como personas con dignidad y valorar nuestras historias. No podemos seguir esperando. Yo no quiero seguir callando, y sé que no soy el único. Nuestra voz importa, y este país también nos pertenece.

Es hora de hacernos escuchar.

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Sobre Isau Alva

Estudiante de Comunicación y Publicidad.

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